Por la Ruta del Sol.
DE MARBELLA A SAN JUANILLO EN BICICLETA.

Me desperté sobresaltado escuchando el reclamo apagado de grandes goterones al estrellarse contra la tienda de campaña justo cuando los primeros rayos de luz anunciaban el amanecer de aquel 21 de enero del 2021. 

Pensé que la lluvia me permitiría evaluar si la carpa era realmente impermeable a los aguaceros tropicales, pero las aguas resultaron descorteses y se retiraron como llegaron: sin avisar.

Por lo demás, debo decir que mi toldo transgénero (un híbrido entre tienda de campaña y hamaca) pasó con creces su primera prueba de campo. Dormí profundo, a pierna suelta, como en una habitación cinco estrellas, arrullado además por la cadencia del mar en playa Marbella.

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DE SANTA CRUZ A MARBELLA EN BICICLETA.
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Terminado el aguacerillo me dediqué a perecear un rato. Finalmente tomé aire para incorporarme y dar un breve paseo por la playa. Después recogí mis cosas y alisté los aperos de la bicicleta para viajar a San Juanillo, lugar que tenía mucho tiempo de no visitar. 

Al salir al centro de Marbella busqué dónde desayunar. Pregunté y me recomendaron la soda que está al lado de la única ferretería de esa zona. Aseo, amable atención, precios razonables y un buen gallo pinto guanacasteco me dieron el tono para iniciar la jornada.

Al fondo la playa San Juanillo.

Y fue un acierto desayunar bien porque lo que pensé sería un viaje corto, expedito y sencillo hasta San Juanillo resultó un recorrido medio mal amansado, pues encontré en ese sector del camino demasiada grava suelta que dificultaba subir a pedales las pendientes y bajarlas también. Además, un sol inclemente que no necesito describir hicieron que los 10 kilómetros entre Marbella y San Juanillo los sintiera como si fueran 50.

Polvo y mucha piedrilla suelta abundan en este sector de la Ruta del Sol.

Trayecto recorrido entre Marbella y San Juanillo, en Santa Cruz, Guanacaste.

Por dicha, el camino ofrece igualmente algunas ocasiones para comprobar el dicho popular que declara que quien a buen árbol se arrima buena sombra lo cobija. 

Recuerdo que mientras me refrescaba bajo una de aquellas generosas sombras pasaron unos vecinos. Me saludaron como si me conocieran de toda la vida. Hasta el perro que les acompañaba se detuvo un rato a hacerme compañía y a observarme. 


Cuando el amistoso animalito se retiró, yo proseguí hacia San Juanillo.

A menudo, las sombras del camino quedaban atrás, entonces me daba por desvariar un poco imaginando que al final de una cuesta o de una curva vería un techillo de palmas debajo del cual habría un puestito de frutas con jugosas sandías, suculentos melones y agua de pipa bien fría. Pero no hubo tal. Lo que sí recibí de regalo fue cruzar los pequeños puentes sobre del río Tabaco y el río Cuajiniquil cuya sola vista y frescor reconfortaron mi alma.

Río Tabaco

Aquellos ríos me recompensaron también otras escenas interesantes, tal como me ocurrió al momento de salir de Marbella, que me encontré al joven de la foto de abajo llevando su caballo a beber: ¡El río Marbella es también un abrevadero!


Los puentes, los ríos y la Ruta del Sol me llevaron hasta playa Pitahaya que podría ser perfectamente un destino para acampar con sosiego. 

Karla en playa Pitahaya antes de San Juanillo.

Finalmente, antes del mediodía alcancé San Juanillo, una playa que se las trae con sus arenas blancas y sus aguas azules coronadas de espumas toda vez que las olas estallan contra las rocas.





En San Juanillo vi un restaurancito popular y también otro restaurante que apunta con sus precios a un público, digamos, no nacional.

En general, es posible acampar en la playa siempre y cuando uno sea responsable en el aseo. Los vecinos -con muy justa razón- reclaman la falta de cuidado de algunos visitantes.

En San Juanillo había bastantes bañistas por lo que decidí trasladarme a la para mí todavía desconocida playa Pleito. Dichosamente, esta joya escondida es difícil de descubrir gracias a un sendero de exigente paso que no permite el acceso de carros.

Escabroso sendero hacia playa Pleito.

Playa Pleito.

Las arenas blancas de playa Pleito.

Viendo la belleza allí resguardada no necesité mucha cavilación para decidir pasar la noche en tan mágico lugar. Mientras desenvolvía el toldo, que iría esta vez configurado como hamaca con su respectivo cobertor,  pensaba por qué se llama así: playa Pleito.


Armé la hamaca, coloqué el mosquitero y Karla, mi bicicleta, se acomodó gustosa bajo el cobertizo.


Vista desde la hamaca.


Preparado el refugio, lo que quedaba era alistar una sencilla comida y una buena lectura.


A diferencia de San Juanillo, playa Pleito estaba prácticamente vacía. Solo vi siete personas que llegaron a la puesta del sol y se retiraron poco después.




Lo que restó de la tarde y durante toda la noche, la playa fue solo para mí. Bueno, la verdad no estuve del todo solo. Dormí acompañado de dos chicas: Karla y la luna.



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