Karla I y el rosario de playas en La Cruz

Darse una vuelta en bicicleta por las playas de Bahía de Salinas es una agradable aventura que está prácticamente al alcance de casi cualquier persona.

A diferencia de lo que ha ocurrido en otras regiones de Guanacaste, donde el turismo de masas ha privatizado algunas de las mejores playas e impedido el acceso a los costarricenses, en La Cruz todavía se puede andar de playa en playa sin tanto impedimento y para ello, ¡qué mejor opción que una vuelta en bicicleta!

Así que en la mañana del 9 de agosto del 2018 salí de La Cruz con Karla I dispuesto a explorar y redescubrir los paraísos del lugar.

Aunque existen muchas zonas de mar y arena ocultas por ahí a lo largo del Bahía de Salinas, la idea era realizar durante la jornada una romería de playas: Puerto Soley, luego Papaturro, de ahí pasar a Copal, enrumbar hacia playa Rajada y terminar en El Jobo. 

Este iba a ser un rosario de cerca de 25 kilómetros más o menos. 


Subí en la bici y muy pronto la Cruz quedó atrás. Bajé raudo con los frenos de Karla a punto de ebullición pues esa ciudad se encuentra a 240 metros de altura sobre el nivel del mar y la llanura costera está a solo un par de kilómetros más adelante. Además, el camino hacia Puerto Soley está pavimentado.


En pocos minutos llegué sin mayor esfuerzo a Puerto Soley, la primera playa obligada de visitar ese día. 

Soley es una comunidad de pescadores. Hace varios años vendían allí en una tosca cantinilla de madera sin pintar y con grandes rendijas un delicioso pescado asado a las brazas. Ahora parece que el negocio no funciona; pero igual el lugar da para una visita o para un chapuzón en sus aguas tranquilas.




Estuve entretenido en Soley como media hora y luego continué hacia mi siguiente destino: Playa Papaturro.


Desde Papaturro se empieza a observar bastante bien la isla Bolaños refugio dedicado a las aves marinas. Aunque a decir verdad, esa isla hace parte del paisaje en prácticamente todas las playas del lugar.




Papaturro tiene además suficiente zona verde. Ahí ya me dieron ganas de quedarme a acampar, pero no hice caso porque no venía preparado para tal actividad.




Copal era nuestra siguiente parada, así que le dije a Karla I que había que continuar.


La entrada a Copal es un bonito camino rústico con un cordial letrero que dice Zona Pública. Ojalá la Municipalidad de La Cruz no entregue estas playas a la codicia de los "desarrolladores" como les gusta hacerse llamar a los que andan promoviendo el control o la ilegal privatización de las playas costarricenses mediante la figura pomposa de "desarrollo turístico".





Una de las ventajas de andar en bici es la versatilidad. A Copal en particular no se podría llegar en carro sencillo; aunque quizá sí en un doble tracción en virtud de que el camino de ingreso es un poco complicado. Pero en cleta es cuestión de deslizarse cuesta abajo entre piedras y caños formados por las lluvias.

Bajo la sombra de un frondoso árbol alguien hizo la banquita de madera que se ve en dos de las fotos de arriba. Allí estuve un rato respirando la apacible atmósfera del lugar acompañado de bastantes aves cantoras que vinieron a deleitar el ambiente. No había ni un solo bañista, el único homo sapiens por ahí era un tal ciclista.

Agradecido con el lugar salimos hacia Playa Rajada, una de mis preferidas. 


Esta playa luce tal belleza escénica que le pedí a Karla I que posara un rato para unas cuantas fotos. 





Playa Rajada queda prácticamente al lado opuesto a El Mojón donde había estado el día anterior. Por lo tanto, las montañas al fondo a la izquierda en la siguiente foto son de Nicaragua.



Ya era cerca del mediodía y no se debe pedalear sin reponer energía ni permitirle al cuerpo que recupere líquidos. Así que emprendimos Karla I y yo el camino hacia El Jobo donde sabía que podía encontrar un restaurante. 




Como el Jobo es quizá la playa más hermosa del cantón de La Cruz no extraña que ya haya sido capturada por el turismo de masas y que algún arquitecto "visionario" pusiera allí un hotel que más parece un hospital en medio de la naturaleza. 

Existen, sí, buenos restaurantes y algunos puestos de trabajo para las personas locales: camareras, conserjes, jardineros, guardas y otros más. No supe si los empleos mejor pagados -deben saber inglés- son para las personas de La Cruz. Tampoco supe si los emprendedores (¿o serán empleados del hotel?) que atienden el negocio de las lanchas que pasean a los turistas son vecinos del lugar o sus alrededores.




Mientras consideraba estos asuntos fui por un merecido almuercito y un refresco. Lo hallé un poquito caro, pero no siempre el hombre debe vivir de casaditos de a 3 mil colones con huevo frito y plátano maduro servido en una soda cuya mesa está cubierta con un mantel remendado, mientras el comensal hace equilibrio en un banco renco de madera.


Cuando la tarde ya empezaba a declinar subí a Karla al bus que viaja a las 3 p. m. hacia La Cruz. El sol y el aire caliente entraban a raudales por la ventana y me acariciaban la cara. Yo, como diría un español,  iba la mar de contento; es que la bandida Karla se había portado mejor de lo que esperé en su primer viaje de prueba.




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