Karla I en escapada rápida a la antigua laguna del Barva

Si usted visita la plácida laguna del Barva tal vez tenga reparo en considerar que hace 10 mil años las cosas eran muy diferentes por esos lados.

En vez de las actuales, reposadas y limpias aguas resguardadas por el verde follaje, retumbaba aquí mismo un infierno sulfuroso que rugía, jadeaba y vomitaba roca líquida, al rojo vivo, en cantidades torrenciales.

A veces, aquel caldo espeso y diabólico iba a parar a lugares lejanos. Dicen que debajo de la actual autopista del aeropuerto Juan Santamaría, en Alajuela, yace una explanada de lava muy antigua que se cree fue depositada allí por el volcán Barva y también por el Poás. Esto es lo que afirman algunos geólogos.

Pero si usted no cree a los geólogos, sí puede al menos permitirse caminar con ojo avizor por algunos barrios y pueblos de los alrededores de Heredia y descubrir aquí y allá rocas grises, porosas y a veces livianas. Esas tales rocas son los restos olvidados de aquellas coladas de lava que expulsaba el violento cráter que existió donde ahora reposa tranquila y silenciosa la laguna, que no es otra cosa que el sudario del fallecido y prehistórico cráter del volcán Barva.




Por eso, la mañana del 13 de noviembre del 2018 le dije a Karla I que visitáramos tan sugerente lugar. 

Claro, como no tenía intención alguna de subir en bicicleta desde Heredia, simplemente salí desde mi casa y me dirigí a la parada de taxis más cercana. 

A un chofer que aburrido esperaba la llegada de algún cliente le hice un par de preguntas puntuales:

Primera.
- ¿Cuánto cuesta un viaje desde Mercedes Norte hasta la entrada del Parque Nacional Braulio Carrillo, sector Barva?
- Diez mil colones- Me respondió contento.

Segunda.
- ¿Está desocupada la cajuela de su taxi?
-Sí, señor.

- Listo. Vamos. Entonces abra la cajuela. 

El taxista no podía creer que la bici se plegara del modo en que lo hice y que se acomodara tan fácilmente en el taxi.

De camino al Barva me fue preguntando detalles e intimidades de Karla I. Satisfice su curiosidad y de paso le comenté los viajes que había hecho con ella y que pensaba hacer.

Subimos San José de la Montaña, pasamos por San Miguel, Porrosatí y alcanzamos Sacramento. Muy poco después el taxista cambió de semblante, pues el camino hasta entonces pavimentado se volvió áspero y difícil de transitar. Viendo su angustia por despedazar el carro, le dije que me dejara allí mismo y que se devolviera. La verdad, solo faltaba  un par de kilómetros que bien podía remontar en bicicleta.

Se detuvo y me ayudó a sacar la bici de la cajuela. Le pagué y seguí mi camino hacia la entrada del Parque Nacional mientras me entretenía con paisajes verdes, un poco fríos, pero con vacas y el Gran Área Metropolitana al fondo.




Como sabía que este viaje era de un solo día, quise llevar conmigo lo estrictamente necesario: Un abrigo, una botella de suero isotónico, inflador, el candado y la bicicleta desnuda de alforjas y herramientas. 

Llegados al Parque, el guarda me advirtió que no podía ingresar con Karla, pero que podía dejarla allí mismo en la caseta de vigilancia. De hecho, hasta me permitió guardarla en un cuarto al lado.

Por segunda vez volví a plegar la bici, la dejé al cuidado del guarda y me dirigí tranquilo hacia la laguna que me esperaba a 3 kilómetros de la entrada principal.



La laguna del Barva tiene 70 metros de diámetro y 8 metros de profundidad.

Hay dos viejas leyendas relacionadas con la laguna. 

Una es de origen indígena. Habla de sacrificios de niños para alimentar a una serpiente que luego dio origen a la laguna. 

Otra leyenda que circuló en tiempos de la Colonia habla de dos conquistadores españoles que encuentran un fabuloso tesoro escondido en la laguna. Uno de los conquistadores muere, pero antes le hace jurar al compañero que debe usar el oro para construir una ermita a la Virgen del Pilar. La cosa es que muerto el primer conquistador, el otro se olvida de la promesa. La leyenda cuenta qué pasa después.

Caminando hacia la laguna me detuve a apreciar la curiosa vegetación del lugar, pues existe allí gran variedad de plantas, flores y frutillas. 









Ciertamente, hay mucho que observar en estas montañas, por lo que fue un gran acierto preservarlas para las nuevas generaciones como lo recuerda este decidor letrero a la entrada del Parque.



Al recorrer algunos senderos del lugar es fácil encontrar árboles con formas caprichosas y retorcidas por los años, el frío y los vientos.





Creo que tres o cuatro horas después de haber llegado decidí regresar. El clima había cambiado drásticamente y amenazaba con fuerte lluvia.

Salí de aquella espesura y conversé un rato con el amable guardaparques de la caseta. Me contó que en las noches, en esa montaña, se siente una energía especial, misteriosa, como una presencia.

Luego, emprendí cuesta abajo los 21 kilómetros de regreso. 

Cuando llegué a mi casa yo era una sopa humana, pues las lluvias habían sido inclementes. No sé, tal vez la montaña me castigó por haber regresado tan pronto. Sin embargo, luego de una bañadita con agua caliente estaba listo para saborear el recuerdo de tan sabrosa y breve escapada.

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Aquí hay algunos datos interesantes del volcán Barva y su laguna.

https://es.wikipedia.org/wiki/Volc%C3%A1n_Barva

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