Karla I en escapada rápida a la antigua laguna del Barva
Si usted visita la plácida laguna del Barva tal vez tenga reparo en considerar que hace 10 mil años las cosas eran muy diferentes por esos lados.
En vez de las actuales, reposadas y limpias aguas resguardadas por el verde follaje, retumbaba aquí mismo un infierno sulfuroso que rugía, jadeaba y vomitaba roca líquida, al rojo vivo, en cantidades torrenciales.
A veces, aquel caldo espeso y diabólico iba a parar a lugares lejanos. Dicen que debajo de la actual autopista del aeropuerto Juan Santamaría, en Alajuela, yace una explanada de lava muy antigua que se cree fue depositada allí por el volcán Barva y también por el Poás. Esto es lo que afirman algunos geólogos.
Pero si usted no cree a los geólogos, sí puede al menos permitirse caminar con ojo avizor por algunos barrios y pueblos de los alrededores de Heredia y descubrir aquí y allá rocas grises, porosas y a veces livianas. Esas tales rocas son los restos olvidados de aquellas coladas de lava que expulsaba el violento cráter que existió donde ahora reposa tranquila y silenciosa la laguna, que no es otra cosa que el sudario del fallecido y prehistórico cráter del volcán Barva.
A un chofer que aburrido esperaba la llegada de algún cliente le hice un par de preguntas puntuales:
Primera.
- ¿Cuánto cuesta un viaje desde Mercedes Norte hasta la entrada del Parque Nacional Braulio Carrillo, sector Barva?
- Diez mil colones- Me respondió contento.
Segunda.
- ¿Está desocupada la cajuela de su taxi?
-Sí, señor.
- Listo. Vamos. Entonces abra la cajuela.
El taxista no podía creer que la bici se plegara del modo en que lo hice y que se acomodara tan fácilmente en el taxi.
De camino al Barva me fue preguntando detalles e intimidades de Karla I. Satisfice su curiosidad y de paso le comenté los viajes que había hecho con ella y que pensaba hacer.
Subimos San José de la Montaña, pasamos por San Miguel, Porrosatí y alcanzamos Sacramento. Muy poco después el taxista cambió de semblante, pues el camino hasta entonces pavimentado se volvió áspero y difícil de transitar. Viendo su angustia por despedazar el carro, le dije que me dejara allí mismo y que se devolviera. La verdad, solo faltaba un par de kilómetros que bien podía remontar en bicicleta.
Se detuvo y me ayudó a sacar la bici de la cajuela. Le pagué y seguí mi camino hacia la entrada del Parque Nacional mientras me entretenía con paisajes verdes, un poco fríos, pero con vacas y el Gran Área Metropolitana al fondo.
Como sabía que este viaje era de un solo día, quise llevar conmigo lo estrictamente necesario: Un abrigo, una botella de suero isotónico, inflador, el candado y la bicicleta desnuda de alforjas y herramientas.
Llegados al Parque, el guarda me advirtió que no podía ingresar con Karla, pero que podía dejarla allí mismo en la caseta de vigilancia. De hecho, hasta me permitió guardarla en un cuarto al lado.Por segunda vez volví a plegar la bici, la dejé al cuidado del guarda y me dirigí tranquilo hacia la laguna que me esperaba a 3 kilómetros de la entrada principal.
Luego, emprendí cuesta abajo los 21 kilómetros de regreso.
https://es.wikipedia.org/wiki/Volc%C3%A1n_Barva
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