Donde uno menos piensa salta la liebre. DÍA 3

Salí con algo de incertidumbre del campamento Llano Escondido, en La Palma de Mora en San José.

Llevaba en las alforjas no solo lo que acostumbro en mis viajes, sino además la pesada duda de si el camino que me esperaba iría a ser extremadamente difícil.

Para mayor inri, el día pintaba bastante ventoso; lo cual confirmaba el pronóstico que el meteorológico había dictado para ese día en casi todo el país.

Y es que en bicicleta, el viento en contra obliga a pedalear con mayor intensidad. Además, hay que andar ojo avizor: el casco no protege de las grandes ramas que el viento arranca de los árboles.

Así que, bien persignado, encomendado y santiguado, tomé el camino que me llevaba de vuelta a Piedras Negras.

Aunque es un trayecto de solo 2 kilómetros debo decir que quizá por la incertidumbre del momento lo sentí algo pesado. Nada que extrañar, pues en bicicleta el factor mental juega a favor o en contra nuestra, dependiendo de la actitud con que afrontemos las rutas.

Antes de llegar a Piedras Negras me detuve un par de veces a admirar el paisaje que con sus casas y montañas me regalaba aquella mañana.


En Piedras Negras decidí parar brevemente en un mini mercado para comprar unos bananos.

Conversé un poquito con la señora que me atendió. Me preguntó acerca del viaje que hacía. Luego salió del puesto para ver la bicicleta y comentarme que a ella le encantaría también irse de pedales acompañada de su esposo. Le sugerí que comenzaran haciendo salidas cortas de ida y vuelta por la zona.

Luego de Piedras Negras me zambullí de lleno en el desconocido camino hacia Picagres. 

¿Sería tan complicado y duro como me lo imaginaba?

Pues fíjese usted que aquí fue donde saltó por segunda vez la liebre  (La primera vez que saltó fue el día anterior)  al comprobar, a poco de avanzar, la belleza del entorno. 

La hermosa vibración de la zona borró de sopetón todos mis temores acerca de la dificultad del camino. 


Recuerdo que en algún momento pensé que más bien aquello era casi como pedalear dentro de una pintura viviente. 

A cada tanto quería parar y sacar mi celular para fijar en una foto el milagro que llegaba a mis retinas, pero pronto me di cuenta de que la carga de la batería andaba baja. Y es que el celular que llevaba era otro roco como yo que ya estaba más que pensionado.

En consecuencia, para ahorrar al máximo la batería no pude tomar todas las fotos que hubiera querido.



Ciertamente fue un trayecto un poco extenuante. Pero tan entretenido iba que cuando me percaté estaba en Picagres.


Allí en Picagres sorpresivamente me encontré con Yendry, una excompañera de las Pequeñas Emisoras Culturales del ICER donde laboré varios años.

Poco después, el camino me deparó más sorpresas.


Y así me fui, embelesado hasta llegar a la represa Chucás, en Balsa de Atenas.






Luego de cruzar el puente, que al mismo tiempo es la represa en Chucás, subí hasta la estación del tren en Balsa.


Estación de Balsa de Atenas.

Desde Balsa empecé a pedalear hacia Río Grande donde almorcé en una soda ya avanzada la tarde.

Luego, me dediqué a buscar una cabina para bañarme y pasar la noche. Pero fue imposible. Solo encontré un lugar cuyo precio me hizo saber que no era para cleteros como yo.

Entonces bajé a la estación del tren de Río Grande, convertida hoy en museo ferroviario. 

Estación de Río Grande de Atenas.


Al llegar al museo lo encontré cerrado y me quedé un rato afuera. En eso aparece el señor encargado, que según entiendo es el creador del museo y cuida de él por amor al ferrocarril. Hablamos un poco y de paso me menciona las visitas de algunos ciclistas al lugar.

Luego le comento la posibilidad de dormir por ahí cerca, ¡y salta de nuevo la liebre!

Me señala el amable amigo una caseta que está al lado de la línea, como a cien metros del museo, y me dice que podía dormir ahí.


Caseta que fuera taller de máquinas.

Esta caseta fue en el pasado un taller de máquinas. Como encontré el lugar bastante polvoriento, decidí pasar la noche en mi refugio a un costado del taller.

Armé el refugio según yo lo más camuflado posible.

Hacia el final de la tarde, el vendaval se desató con gran intensidad, mucha más que durante el día. Entonces saqué mi hamaca de las alforjas a fin de tener una segunda carta por si me resultaba imposible dormir en el refugio.



Pero no fue necesario. Me quedé en mi toldo toda la noche, contento de que a lo largo del día las cosas habían salido mucho mejor de lo que habían fraguado mis temores.

Envalentonado creía que al amanecer, yo saldría fácilmente a Escobal cleteando al lado de la línea del tren.

Pero, la suerte que había tenido hoy no sería la misma del día siguiente.

La liebre no saltó esta vez. 

¿Por qué no saltó? 

Se cuento en el DÍA 4 y 5.

__________________________

Este es el trayecto precioso 
de 24 kilómetros
entre La Palma de Mora 
y Río Grade de Atenas.









Comentarios

  1. Rohanny ya estas aventuras no son de libros, son como para una película, esos paisajes son demasiado bellos, solo voz encontrás esos lugares extraordinarios.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Rohanny Vallejo Cordero9 de julio de 2024 a las 20:45

      Muchísimas gracias por su comentario.

      En realidad, cualquier persona que viaje en bicicleta -como dicen- va a la velocidad de las mariposas y esto le permite admirar las bellezas. En moto o en carro, la cosa cambia.

      Saludos. Gracias de nuevo.

      Eliminar

Publicar un comentario

LO MÁS VISTO.

El héroe olvidado. PARTE 2.

Por la Ruta del Sol.
DE SANTA CRUZ A MARBELLA EN BICICLETA.

El héroe olvidado. PARTE 1.

Primera exploración a pata del Camino de las Mulas. DÍA 1.

El decapitado fantasma de playa Tivives.

Por la Ruta del Sol.
DE SAN JUANILLO A PLAYA BARRIGONA EN BICICLETA.

Donde uno menos piensa salta la liebre. DÍA 1 y 2.

Karla I y el mojón fronterizo número 20.

LIBRO DIGITAL GRATUITO: Memorias en bicicleta 3.

PEDALEANDO POR LA ZONA SUR. Día 1