De Mata de Limón a Esparza a pata... y a gota gorda.

Para los nosotros los despistados hijos de Eva, Google Maps vino a traernos algo de redención y de salvación.

Gracias a esa herramienta y a otras similares podemos recorrer algunos kilómetros sin riesgo de perdernos ni tener que llamar a rescate 911.

Además, nos permite descubrir rutas y senderos que de pronto se nos antoja explorar. 

Esto fue lo que precisamente me ocurrió cuando volvía en bus desde NIcoya hacia San José, luego de haber tanteado un poco el Cerro Los Santos, en Nambí.  

Fue así como pasó:

Cuando el bus se detuvo en Esparza y los pasajeros bajamos para un breve descanso; me senté un rato en un pretil. Del bolsillo saqué el celular y abrí Google Maps para trastear en la pantalla un poco por aquí y por allá. 

Y entonces veo que existe una ruta de Esparza hasta Mata de Limón. Es la número 622 que yo desconocía. Como un rayo sentí el ramalazo de caminarla, pero no en ese momento sino en otro.

¿Y por qué me antojé de Mata de Limón y no de otro lugar? Se lo explico con el siguiente par de fotos.


Llegué a mi casa e hice algunas llamadas y planes para ese viaje. Pasados unos días invité a mi hermano Yeniér y a mi prima Mercedes a que me acompañaran a caminar de Esparza a Mata de Limón. 

La verdad no tuve que convencerlos, pues ambos luego de leer algunas de mis publicaciones en Facebook cuando hice mi primera exploración por El Camino de Mulas habían expresado su deseo de acompañarme en una futura excursión.

Pasó casi un mes y en la mañana del 9 de marzo del 2018 me encontré con mi hermano y prima en la parada de buses a Puntarenas, en el Barrio Los Ángeles, en San José.

La idea era viajar ese día a Esparza y ahí mismo empezar a volar pata hasta Mata de Limón, hacer noche en el lugar y al día siguiente viajar en bus hasta Puntarenas y retornar a la capital.

Pero, como suele ocurrir cuando uno viaja, los imprevistos aparecen: son parte del juego. El bus que habría de salir a las 8 a. m. por algún motivo no aparecía. 

Finalmente, un sujeto se apareció en una puerta y nos pidió abordar. 

Al subir al bus presentamos el tiquete, pasamos, nos sentamos y esperamos, y esperamos, y volvimos a esperar. 

Ya cuando algunos pasajeros resoplaban a punto de desesperar, apareció el chofer y preguntó que cuántos íbamos para Esparza. Rapidísimamente algunos levantamos la mano. 

Entonces se nos informó -por alguna razón que no recuerdo ahorita- que viajaríamos por la ruta 27, que al llegar al Roble haríamos transbordo a otro bus para ser trasladados a Esparza. 

Obviamente, esto significaba pasar justo al frente de Mata de Limón, donde pensábamos llegar caminando mi prima, mi hermano y yo.

Bueno,  ni modo. El chofer le dio vuelta a la llave, el motor despertó y la nave se desplazó suave y rápido. Mientras tanto, y en vista de las circunstancias, nosotros los ansiosos pre-caminantes decidimos modificar la ruta planeada que quedó en dirección opuesta. Es decir, de Mata de Limón a Esparza.

El bus llegó a Caldera. Nos bajamos y Mata de Limón nos recibió como frequitos pasajeros en vez de sudados caminantes.

Yo había hecho reservación en una cabina, pero cuando la vi me pareció una escuela; así que decidimos ir a preguntar a otro lugar y felizmente encontramos algo mucho mejor, con aire acondicionado, piscina, un restaurante y un refrescante barcito. Por supuesto, lo primero que hicimos fue poner nuestros traseros en los bancos altos y de tres patas. 

Estando allí recordé que de niño viajaba algunas veces con mis padres y hermanos a Mata de Limón. En mi criterio, el lugar sigue gozando todavía de una tranquilidad apacible, sin aglomeraciones de estresados turistas que luego de pasar unos días en la playa regresan a sus vidas igual o peor que como llegaron.

De las pocas cosas que sí han cambiado en la zona es el puente sobre la ruta 23, que arrogante rompe de algún modo la vista de la entrada al estero. Este armatoste de cemento parece reírse socarronamente del viejo y olvidado puente de tablas que se pudre en un rincón del estero de Mata de Limón.


Al fondo el puente de Caldera sobre la ruta 27.

La tarde acabó no sin antes descubrir en la playa de Caldera un caballo de arena que algún artista anónimo dejó ahí acostado para regalo de quien quisiera admirarlo.




Al día siguiente, sábado 10 de marzo del 2018, devoramos un buen desayuno incluido en el precio de la habitación. Nos alistamos y empezamos la caminata de los 15 kilómetros que nos separaban de Esparza. 

Aquí sonrientes y fresquitos antes de empezar a subir hacia Esparza.

La ruta 622 está totalmente pavimentada. Esto no deja de presentar cierto inconveniente al caminante, pues el sol de marzo calienta el asfalto y lo demás usted ya lo puede imaginar. 

Esa ruta tiene, además, un relativamente importante plegado geográfico con un ascenso de 390 metros y algo menos de 180 metros de bajadas.


Empezamos a subir si mal no recuerdo a eso de las 8: 30 a. m.

Quizá la ansiedad nos hacía avanzar rápido, pues muy pronto atisbamos la antigua y desahuciada estación del tren en Salinas.



Seguimos andando y un poco más adelante empezamos la despedida del mar que iba quedando atrás fijando en el horizonte.



Luego, el sol y las cuestas nos fueron desgastando. Bajamos el ritmo. 

A veces, al lado del camino aparecía una tentación frutera como las del Paraíso, pero la verdad vimos muy pocas. Es un hecho que antes había muchas más frutas al lado de los caminos. Ahora no hay tantas. ¡Y al irse ellas hemos perdido tanto!



Durante la caminata no nos cruzamos con muchos carros, ni motos. 

Dábamos pasos en silencio, subiendo la más de las veces. 

En ocasiones, llegábamos a una parte plana, pero era puro alegrón de burro al toparnos enseguida con otra subida.




Cuando estábamos cerca de la llamada calle Artieda vimos el letrero de un bar. Pero al pasar al frente descubrimos que el negocio estaba cerrado. Nos detuvimos allí un rato como tratando de asimilar aquella situación. Quién sabe qué cara teníamos que los dueños del bar nos vieron desde adentro y se apuraron a abrir el negocio. ¡Tuvimos así la suerte de ser los primeros clientes del día!


Allí estuvimos reponiendo energías y curándonos de la deshidratación, mientras un caballo desde afuera de la cantina -como si estuviéramos en una película de vaqueros- nos hacía compañía.


Los saloneros nos preguntaron de dónde veníamos. De todos ellos los ojos se abrieron grandotes, redondos, cuando les dijimos que de Mata de Limón. Pienso que se asombraron más por nuestra edad que por la distancia. 

Uno de los saloneros nos contó que existe otra ruta más sombreada entre Esparza y Mata de Limón paralela a la que íbamos siguiendo y que pasa por un lugar llamado El Humo. Esto lo anoté en mi memoria y lo confirmé después en Google Maps. (Su posterior recorrido y descripción queda para una futura publicación en este mismo blog).

Al rato nos despedimos de aquellos caballeros y continuamos el ascenso.

Conforme subíamos me convencí de que el plan original de viajar de Esparza a Mata de Limón era mejor, pues en ese caso iríamos descendiendo la mayor parte del tiempo. Pero, sea como fuere aquellas trepadas tenían también su encanto muy a pesar de la gota gorda de sudor y esfuerzo.

Creo que una hora después oímos que desde una casa alguien nos vitoreó gritando algo como:

- Ahí van caminando los de la tercera edad!

Esto nos halagó y nos llenó de energía. Pienso que a lo mejor en esa casa vivía uno de los saloneros del bar de más abajo, quizá se nos había adelantado en carro, o qué sé yo.

Bueno, casi cuatro o cinco horas después de haber iniciado nuestra caminata desde Mata de Limón arribamos a Esparza, cansados pero felices de haber remontado esas trepadas bajo un sol alucinante.

Almorzamos en una soda y luego nos dirigimos a la estación de buses.

Ese día, cuando se puso el sol , tres caminantes de la tercera edad llegaron completos a sus respectivas casas.


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