Un viaje frustrado al cerro Los Santos, en Nambí de Nicoya, con recompensa inesperada.

El 11 de febrero del 2018 estaba en Nicoya. 

Como es habitual durante ese mes del año en el caluroso Guanacaste, el día se lució con una soleada mañana que me invitó a dar una vuelta por Nambí, en su tiempo una antigua comunidad chorotega.

Al llegar me topé con el cerro Los Santos que se ve al fondo en esta imagen y se me ocurrió intentar escalarlo.







Hablé con un par de vecinos y me contaron que una vez al año hay gente de Nambí que sube en procesión al cerro. Van hasta doñitas con un cura y celebran una misa en la cima.

Alentado por semejante información
 me sedujo más la idea de subir ese "everest". 

Los vecinos me aconsejaron que si quería subir debía pedir el permiso necesario al dueño del cerro. 

Fui a buscarlo y me encontré con un hombre alto y fornido de unos 40 años. Me dio unas cuantas señas y me dice: 

- Usted agarra por ahí, llega a un palo de mango, coge a la derecha, llega a una quebrada, se mete en el camino que está a esta mano (mueve la izquierda) y sigue y sigue y ahí llega.

Bueno, hice el arranque y me fui por un camino de lastre que rápido se convirtió en un trillo. Encuentro el árbol de mango. Doblo a la derecha, cruzo la quebrada y ya de inmediato comienzo a sospechar que solo los vecinos conocen bien la ruta que va por entre hojas secas y árboles sin ninguna indicación.





Como andaba sin baqueano y mi sentido de la orientación nunca ha sido el mejor, al cabo de una hora o algo menos de caminata perdí totalmente el rastro. 

Alcancé un callejón sin salida y unas rocas enormes me impidieron seguir avanzando.

Jadeaba demasiado y no había modo de encontrar la ruta a la cima. 



Mientras recobraba el aliento recordé que una antigua leyenda dice que este cerro se llama Los Santos porque unos santos se aparecieron a algunas mujeres. Mi sospecha es que probablemente esta colina era un lugar sagrado de los chorotegas, antiguos habitantes de la región. 

Sentado en una roca me alcanzaba para tener en
 mi haber esta vista.



Con mi alma en mi cuerpo otra vez y sabiendo que no tengo paciencia de santo, supe que no podía continuar. Entonces, opté por bajar. Era lo mejor, pues andaba solo y es algo peligroso perderse o sufrir una caída. 

Al descender y llegar al punto en el que había iniciado, me fui por otro camino mucho más llano y, alejándome del cerro,  m
e sumergí en el Guanacaste profundo, recorriendo a pie parajes solitarios.


La verdad es que algo derrotado me sentía. Iba pensativo. En un recodo del camino, a mi derecha, vi un poco a lo lejos el cerro Los Santos. Y lo miré casi como si se burlara de mí. ¡Tan fácil que creí que podía escalarlo! Pero no, me vaciló el bandido. Solo pensé: ¿Cómo harán las doñitas que suben con el cura?



Seguí la caminata y me topé con una quebrada que todavía vivía, a pesar de que el verano ya atizaba fuerte en Guanacaste.


Esa quebrada me antojó de un refesquito,
pero no había nada cerca por allí.

Seguí avanzando y salí a un camino terroso que creo lleva a Santa Bárbara de Santa Cruz, no sé.

Lo que sí se percibe en ese paraje es la soledad del sendero y el aroma de la tierra seca.




Yo no sé qué pensará usted, pero a mí me fascinan estas postales que regala la bajura guanacasteca a quien se da el gusto de recorrerlas a pie. Vea.





Ya era como la una de la tarde y no había almorzado. Nada más andaba y andaba por este camino desolado.



Conmigo solo llevaba lo que tenía puesto. Ni siquiera tomé cuidado de llevar una botella de agua. Pero, gracias a Dios, al menos sí tenía un buen chonete. 

Encandilado de tanto sol y de tanta belleza me acordé de que tengo familia y que todavía hay algunas obligaciones que atender. ¡Había llegado la hora de volver! Quise cantar: Y volver, volver, volver; pero no me salió de tan reseca que tenía la garganta. 

¡Definitivamente, era hora de una birra!


Entonces, dentro de mi soleada cabeza solo había una pregunta: ¿Dónde encontrar en estas soledades una bendición líquida, dorada y espumosa?

Bueno, vea usted cómo la Providencia nos protege y regala a veces hasta caprichos. Un poco después me topé a este sabanero quien me informó lo cerca que estaba de salir a la ruta que va de Santa Cruz a Nicoya.



Y efectivamente, uno o dos kilómetros más adelante salí a la carretera y ahí, a pocos pasos, encontré para mi sorpresa este oasis.



En la tosca banca que se ve en la imagen de abajo repuse líquidos y hablé un rato con un par de rocos igual a mí. Esa fue mi recompensa inesperada.



Comentarios

  1. Esas fotos están increíbles, parecen postales. yo anduve todos esos rincones y por todo el país,
    trabajé en un hospital sin paredes muchos años y visitaba todas las reservas indígenas y rincones apartados. la naturaleza que tenemos es maravillosa.

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    Respuestas
    1. Muchas gracias por su comentario.

      Efectivamente, Costa Rica está llena de hermosos lugares y de maravillas.

      Lamentablemente, no siempre las vemos porque estamos distraídos en otras cosas.

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