Primera exploración a pata del Camino de las Mulas. DÍA 2.

El sábado 9 de diciembre del 2017 desayunamos rodeados del hermoso verdor de paisaje que se aprecia desde el restaurante Donde Alba, en Caspirolas. 

Este negocio tiene la particularidad de ser un lugar bastante típico. Maderas sin pintar llenan el espacio que hacen juego con mesas y sillas toscas y naturales.

¿A quién no le gustaría desayunar
con esta vista cinco estrellas del
restaurante Donde Alba?

Alba nos sirvió un humeante gallo pinto con huevo, plátano maduro, queso, café y una limonada. 

Animados y repuestos, mi compañero Carlos y yo empezamos a caminar por ahí de las siete de la mañana. Ese día iríamos hasta un lugar llamado Surubres. Allí, Alba nos había hecho el favor de hablar con don Juan Serrano, un hombre mayor, habitante pionero del lugar, que de joven fue volteador de aquellas montañas a pura hacha y sudor. Don Juan es un tronco fornido de setenta y pico años que vive en Surubres. Recuerdo que cuando me saludó y me dio la mano por poco me arrodilla. Al lado de su casa pasaríamos la noche, en lo que fue en su momento una pulpería y cantina.


En mi criterio, la parte más bonita del Camino de las Mulas empieza luego de Caspirolas, pues se anda acompañado del silencio y de hermosos paisajes.

A poco de salir fuimos recibidos por una curva del sendero desde la cual se aprecian dos ríos.

Dos ríos a la distancia. El de la izquierda es el Pirris, o Parrita; el de la derecha el Grande de Candelaria. Ambas aguas se mezclan luego para llegar al mar con el nombre de río Parrita.

Aparte de la belleza escénica, el trayecto nos sorprende con muchas clases de plantas. Aquí empecé a darle gracias a Dios por haberme permitido caminar con Carlos, quien es un acucioso observador de la naturaleza. Él iba descubriendo aquí y allá animales y plantas. En cambio, yo soy bastante más miope y torpe en esos detalles.


Algunas plantas a orillas del
Camino

A lo largo de este trayecto, imaginé varias veces la triste suerte de cientos y cientos de mulas cabizbajas que fueron llevadas por esta ruta hacia Panamá. 

Aquel viaje de los animales sería solo de ida y hacia la muerte segura: obligadas a trabajos forzados en minas y como animales de carga desde las costas del Pacífico hasta las del Caribe y viceversa, porque obviamente, hacia 1700 no existía el canal de Panamá y las mercancías se trasladaban a lomo de mula por entre fangos y selvas.

Esta casa interrumpió mis tristes pensamientos.

Añosa y abandonada casa al lado del Camino.

Una paradita para hidratarnos.

Algunos kilómetros antes de llegar a Surubres, Alba nos alcanzó en su carro y nos ofreció llevarnos hasta Surubres. Carlos aceptó la invitación. De mi parte, agradecí el gesto pero seguí caminando.

Llegué a Surubres como a las once de la mañana. Ya Carlos había hecho amistad con la familia de don Juan Serrano. Poco después, nos ubicamos donde habríamos de dormir y salimos a almorzar a una soda del lugar.

El resto del día lo gastamos por ahí. Carlos, para variar, se metió a conversar con unos y otros dando muestra como siempre de su buen humor.

En la noche, luego de una sabrosa conversación con don Juan y su familia, volvimos a la soda donde habíamos almorzado. Carlos había llevado en su mochila una corneta del tipo "vuvuzela". Y con solo ese juguete hizo reír a la cocinera de la soda y a mí también. 


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