En cleta de Vara Blanca a Puerto Viejo de Sarapiquí. DÍA 1.

El sábado 6 de julio del 2019 el cielo amaneció vestido de gris oscuro y se presentó así arropado sobre Mercedes Norte en Heredia. Desde mi casa pude otear al menos hacia el Paso del Desengaño; así que confiando en que el clima mejoraría decidí llamar un taxi. 

Le pedí al abrigado conductor que me llevara a Vara Blanca. Mi objetivo: pedalear desde ese lugar hasta la Virgen de Sarapiquí.

De camino observaba cada curva y sobre todo cada cuesta entre Barva y Vara Blanca con la intensión de recorrer esa misma ruta en bicicleta en una futura ocasión

Llegamos a Vara Blanca. Debajo de una ligera llovizna empecé a alistar a Karla, mi bici plegable. Mientras le colocaba las alforjas y otros aperos, un niño y su madre que aguardaban un bus miraban curiosos. Les dije adonde iba y la sonrisa del niño iluminó aquella oscura mañana.

Karla al frente del templo católico de Vara Blanca.

Como parte del ritual de preparación en un día medio mojado como este, me acomodé lo mejor que pude una capa o poncho amarillo de plástico y me despedí de la madre y del niño.

-¡Qué Dios lo acompañe! Dijo la señora.

-¡Amén, gracias!, le respondí entre la tupida neblina. Di el primer pedal y emprendí el descenso desde Vara Blanca. Poco después la llovizna cesó.  


En esta zona abundan las hortensias y la piedrilla de lava rojiza del cercano volcán Poás.

La primera parada obligatoria fue en la catarata La Paz. Es obligatoria porque resulta casi imposible pasar a su lado sin detenerse para respirar tan energético lugar.





Recargado con el rugido de la catarata continué la marcha hacia Cinchona, la tierra que fuera severamente sacudida por el terremoto del 2009. 

Sin embargo, antes de alcanzar ese lugar, la ruta 126 lleva al viajero por un camino cuajado de verdes paisajes que van desfilando uno a uno, principalmente desde las orillas del río La Paz y su marcado cañón formado por siglos de erosión. 



Esta hendidura en la tierra esconde también una segunda catarata más alta y estruendosa que la de La Paz. Se trata del salto El Ángel, en Cinchona, cuya estela blanca destaca a lo lejos contra la selva verde.



La zona es dueña de tanta belleza para ofrecer que los vecinos se han cuidado muy bien de compartirla al menos mediante un par de miradores.


Ranchito mirador con vista al cerro Congo, un antiguo volcán que duerme plácidamente desde hace 11 mil años.

Finalmente, si el viajero quiere, puede acompañar los primores de este lugar con un café y un bocadillo tradicional en el icónico restaurante-mirador que sobrevive en los alrededores de lo que fue la antigua Cinchona. 


Según se avanza hacia Cariblanco, a veces a la izquierda, a veces al frente, aparece y se esconde por momentos el volcán Congo que está ahí como alguien que aunque duerme, observa a quienes deciden visitar sus faldas.

Cerro Congo, medio escondido a la derecha. En el centro en las siguientes imágenes




Aparte de los paisajes, si usted desea aventurarse como principiante en el cicloturismo la ruta Vara Blanca a La Virgen de seguro le agradará. Mucho del camino desciende como una suave pendiente, sin curvas peligrosas ni asfixiantes subidas. Además, mantiene en general un excelente pavimento.



Debo confesar que aprovechando lo sencillo del paseo me desplazaba suavemente e iba silbando contento y tranquilo. De pronto, recordé las terribles penalidades que sufrieron aquí mismo nuestros abuelos y sus mulas cuando empezaron a buscar una salida hacia el Caribe, pasando por Vara Blanca, Cariblanco, Puerto Viejo; y de allí remontando el río Sarapiquí, desembocar en el río San Juan, en la frontera con Nicaragua, a fin de enviar café y correos hacia Europa.

De aquellas penalidades sobreviven varios relatos. Me voy a permitir compartir unos pocos renglones de la crónica que escribió en 1853 (dos años antes de la guerra con los filibusteros) uno de aquellos valientes exploradores. Se trata del empresario Wilhem Marr. 

Dice:

"Nuestras cabalgaduras caminaban en el barro tan velozmente como caracoles (...) Sin tener un hilo seco sobre el cuerpo llegamos por fin, hacia la cinco de la tarde, a un rancho miserable llamado "Vara Blanca", a través de cuyo techo de cañas ayudaba (...) la lluvia a aumentar el barro. (...) dormimos sin importarnos el aullido de los jaguares.

El siguiente día nos llevó hasta otro "rancho" en Cariblanco. El camino que allí conduce es encantador. (...) Ahora bien, derribado por el rayo (...) había caído (...) sobre el camino un árbol colosal. (...) no hubo más recurso que descargar las mulas y abrirnos paso con nuestros miserables machetes escavando la tierra (...) rodeando el tronco. (...) En medio de la formidable lluvia parecían vivir las hojas gigantescas de los helechos. (...)

Al  tercer día de nuestra salida de Alajuela, llegamos a San Miguel. El camino estaba más horrible que la víspera. Bajando desde Cariblanco (...) encontramos un verdadero laberinto de raíces de árboles entrelazadas, cuyos intervalos parecían estar rellenos de un lodo sin fondo. Hasta nuestras mulas titubeaban. (...) Gritando para animar a las mulas pudimos dejar aquel mar de raíces. (...) Caminamos después por la ciénaga del bosque, en la que se hundían nuestras bestias hasta el vientre. (...)

En un "rancho" llamado La Virgen adonde llegamos al cabo de cuatro horas, a pesar de que solo dista una legua de San Miguel, descansamos una hora y fuimos a pernoctar en media selva, en Rancho Quemado."
(Tomado de Viajeros por el Sarapiquí 1853-1859/ Wilhelm Marr... (et al.) -- 1a ed.-- Alajuela: Museo Histórico Cultural Juan Santamaría, 1999.)

Esta misma ruta en la que dejaron el alma los pioneros, me llevó en minutos a Cariblanco. Allí paré porque varios vecinos subían despacio y en silencio detrás de un carro funerario. Al lado del camino esperé a que pasara aquella silenciosa procesión. 

Luego seguí hasta la nueva Cinchona y de ahí continué a San Miguel. 

La nueva Cinchona.


Poco después de San Miguel, probablemente en las cercanías en las que Wilheim Marr naufragó en el mar de raíces entrelazadas de árboles, me sorprendí al ver propiedades muy bonitas, primorosamente cuidadas como la de la foto de arriba y fincas ecológicas como las de abajo.



Hacia el mediodía alcancé el pueblo de La Virgen, que era el objetivo de este nublado día.

En La Virgen.

Habiendo recorrido 40 kilómetros, lo primero fue alquilar una cabina sencilla (que resultó de cinco estrellas si la comparamos con los húmedos ranchos de Murr). Descansé un rato. Me bañé y fui a buscar proteínas acompañadas de la necesaria hidratación. ¡Cómo han cambiado los tiempos!


Como era de esperar en la pintoresca zona de Sarapiquí, el lugar o restaurante adonde fui a buscar proteínas e hidratación contaba con un patio que ofrecía una agradable vista.  ¿Qué diría Wilhelm Marr si revivido se diera una vuelta por estos rincones que él ayudó a abrir?


Ruta seguida de Vara Blanca a La Virgen. Día 1.

Perfil topográfico de Vara Blanca a La Virgen.

Recorrido del día 1.


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