Por la Ruta del Sol:
DE PLAYA ARIO A PLAYA TAMBOR EN BICICLETA.

El 27 de enero del 2021 amanecí en la solitaria y encantadora playa Ario.

Para este día me propuse avanzar hasta playa Tambor a 34 kilómetros de donde estaba. Así que tempranito recogí con calma todas mis cosas.

Sobre las arenas de la playa extendí la hamaca, o más bien el toldo, para doblarlo y empacarlo lo mejor posible. Así hice con casi todo lo demás.

Sabía que para salir de ese paraíso debía atravesar nuevamente el río Ario y como no quería volver a mojar las alforjas las medio monté en la bici sin fijarlas demasiado. 

Cuando llegué a la orilla del río lo crucé con las alforjas alzadas en las manos. Luego volví por Karla, mi bicicleta.

Al salir a Bajos del Ario compré un desayuno en la Perla India, la única soda del lugar donde el día anterior una guapa mujer me había vendido un sabroso almuerzo.

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DE PLAYA COYOTE A PLAYA ARIO EN BICICLETA.

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La Perla India en realidad es algo así como el centro de reunión de esa aldea. Por lo que pude ver allí todos se conocen, pues son muy contados los vecinos. 

Me presenté desaliñado con la misma camiseta con la que había dormido y una pantaloneta que evidenciaba que acababa de pasar las aguas del Ario. Entonces le pregunté al dueño de la soda si me permitía usar un baño para cambiarme de ropa. Se me quedó mirando de arriba a abajo y me dijo que si quería también podía ducharme mientras preparaban el desayuno. 

Recibí este ofrecimiento como si fuera el regalo de un ángel, sin imaginar que varias horas después recibiría el regalo de otros dos ángeles.

Desde luego, ni lerdo ni perezoso aproveché la propuesta y me di una bañadita con jabón y champú que me cayó de perlas.

Al salir rejuvenecido de la ducha ya me estaban sirviendo un buen gallo pinto con huevo, una tortillota enorme y dorada, queso, plátano maduro y café. 

Terminada la faena me alisté y salí hacia Cóbano con el propósito de avanzar luego hacia playa Tambor.

De camino, nuevamente el Ario, y más adelante el río Negro, me salieron al paso. En este último, decidí quitar las alforjas de adelante y pasarlas provisionalmente al maletero trasero de la bicicleta.



Paso por el río Negro.

La ruta 160 por aquí no es muy complicada y se pasa, como suele suceder a lo largo de toda la Ruta del Sol, por lugares hermosos y pintorescos. 

200 kilómetros recorridos por la Ruta del Sol.

Un poco antes de llegar a Betel encontré un bosquecito de árboles umbrosos, silenciosos y retorcidos como los que ilustran los cuentos de misterio.




Al llegar a Cóbano se termina la grava y aparece de ahí en adelante el pavimento. 

En esta población encontré una marisquería y siendo ya el mediodía pensé en almorzar. Me bajé de la bici y vi el típico lavatorio a la entrada del local, tan habitual en estos tiempos de pandemia. Entonces me quité los guantes y los puse sobre las alforjas traseras de la bici al tiempo que me decía:

- Aquí dejo los guantes, no los voy a olvidar, no los voy a olvidar y no los voy a olvidar. 

Almorcé bien, pagué y salí hacia Tambor. ¡Y, sí, algunos kilómetros más adelante me percato de que había olvidado los guantes que quedaron tirados por ahí en alguna parte del camino!

A Tambor llegué como a las tres de la tarde, siempre con la inquietud de que sentía que los cambios de marchas de la bici venían dando algunos problemitas y no me permitían desarrollar una velocidad más o menos aceptable. 

Me hospedé en un pequeño hotel que incluía un restaurante sencillo.

El resto de la tarde lo pasé por ahí dando unas pocas vueltas con Karla liberada del peso de las alforjas que quedaron en el hotel.




A ese mismo hotel donde decidí pasar la noche llegaron dos jóvenes ciclistas que hacían un recorrido muy similar al mío a lo largo de la Ruta del Sol.

Conversamos un rato acerca de nuestra aventura. Uno de ellos, al igual que yo, venía con problemas en la transmisión en su bicicleta. 

El otro de estos dos jóvenes resultó ser un profesor de filosofía que durante la noche tuvo que atender desde su computador una clase virtual a sus estudiantes.

Uno de los jóvenes ciclistas me tomó esta foto.

También conocí a una pareja mayor que andaba celebrando su aniversario de bodas. El señor era un jubilado de RECOPE.

Al día siguiente desayunamos más o menos separados por aquello de la burbuja social.

Acabado el desayuno me despedí de los colegas ciclistas y de la pareja mayor, salí a la calle y cuando estaba a punto de iniciar mi jornada, la señora esposa del jubilado de RECOPE, me pide que me espere un poquito, se acerca y me entrega un sobre con una carta.

Me dice:

- Le quiero dar esta carta. Léala cuando pueda.

Un poco extrañado le agradecí el gesto, guardé la carta, me despedí de la señora e inicié los 26 kilómetros hacia el puerto de Paquera a fin de abordar el ferry y coronar de este modo mi recorrido desde Santa Cruz por la ruta 160.

Cuando empiezo a darle a los pedales vuelvo a ser consciente del problema con los cambios y los traqueteos en la cadena. Pensé que tal vez el polvo del camino y las aguas, cruzando ríos, habían formado una "melcocha" en el pasador y la tensora y que eso afectaba realizar el cambio de marchas. En fin, no le di mucha importancia al asunto y continué. Además, desde Tambor a Paquera el camino va pavimentado y ahí me la iría jugando.

Cinco kilómetros después llego a las banderas que adornan la entrada al hotel Barceló Playa Tambor.


Me detuve un rato solo para reflexionar que aunque he vacacionado en ese hotel si acaso tres veces, la aventura de este viaje por la ruta 160 ha sido muchísimo más intensa y viva que dos o tres días en un todo incluido. Estoy en ello cuando me alcanzan los dos jóvenes ciclistas que conocí en el hotel. Intercambiamos breves palabras y siguieron adelante. Buena nota la de esos chavalos.

Poco después continúo mi camino. Aparece un campo de golf a mi derecha y una pequeña cuesta de nada, hago el cambio de marcha y ¡zaz! ¡La cadena se revienta y queda tirada y retorcida en la calle como una culebra atropellada!

Como dijo el pachuco: ¡Qué maigre, guón!

Miré hacia adelante con la esperanza de llamar a los dos jóvenes ciclistas que con seguridad me habrían ayudado como ángeles salvadores. Pero no, de los muchachos ya no había señal.

Bueno, -pensé-  tendré que resolver esto solo. 

Salgo del camino, apoyo la bici en la cerca del campo de golf y me dispongo a buscar en mis alforjas un repuesto de eslabón de cadena. 

Sé que necesitaré sacar las herramientas  y perder un buen rato. Por dicha, el trance había ocurrido debajo de un gran árbol que me regalaba generosa sombra.

Pensé que aún me quedaban aproximadamente 20 kilómetros por delante y varias cuestas. Solo espero -me dije- que la reparación aguante.

Entonces pasa un Toyota 4Runner, toca el pito, frena como a los 100 metros y retrocede. Era la pareja que andaba de cuarta o quinta luna de miel; la misma señora de la carta que aún no había leído.

Me preguntan qué pasó. Les respondo y me dicen: 

-Vamos a tomar el ferry que sale a las 10 de la mañana. Véngase con nosotros y lo dejamos en Puntarenas. 

¡Demasiada tentación para decir que no!

Rapidito le quité a Karla las alforjas y la acomodé en un rinconcito en la parte trasera del 4Runner. Hasta el boleto del ferry me pagaron esas buenas personas.

Ellos fueron mis dos ángeles, quienes por si fuera poco tuvieron la gentileza de dejarme en el propio centro de Puntarenas donde decidí pasar la noche.

A propósito, la carta que me entregó la señora era una invitación a acercarme a los Testigos de Jehová.

No llegaré, pero agradezco al cielo y a esos ángeles la salvada que me dieron.

Y así fue como terminé este recorrido de 232 kilómetros de polvo, sol y piedrilla suelta a raudales; sin escatimar pizotes ladrones, playas preciosas, lunadas frente al mar y gente pura vida.

Ruta de 232 kilómetros recorridos.


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