La sencillez no está reñida con la belleza.


Ayer subí en bicicleta hasta Chagüite, en su mayor parte un trepón de 11 kilómetros desde Mercedes Norte, camino a Carrizal, en Alajuela.

Al llegar al lugar tomé un par de fotos al cerro Guararí, que desde ahí se mira casi como si se pudiera tocar con la mano. En eso llama mi atención una sencilla casa a la derecha del camino.

Era una casa de bloques sin repello, con corredor afuera, casi oculta entre muchas matas de flores multicolores; resguardada la propiedad por unas hortensias y una cerca viva de cipreses de formas caprichosas.






Desde la calle empecé a fotografiar aquello que me parecía una deliciosa mezcla de sencillez y belleza.




A poco oigo desde aquel jardín encantado la voz de un hombre invitándome a pasar y tomar más fotos. Me fijo y veo a un sesentón que con la mano me hacía seña de pasar.

Rapidito tomé a Karla, mi bici plegable, y la subí por unas estrechas gradas de tierra apelmazada.

El señor me recibe con gran gentileza y me invita a tomar cuantas fotos yo quisiera; cosa que agradecí y acaté de inmediato.







Luego conversamos.

Nos presentamos el uno al otro. Dijo llamarse Alfonso, que había vivido allí desde que tenía cinco años y que había sido jardinero toda su vida lo mismo que su papá y sus hermanos.

Es decir, estaba ante uno de los miembros de una dinastía de jardineros.





Después, me mostró algunas plantas y me explicó sus nombres. También hablamos de la cerca de cipreses, de los cuidados que requiere y hasta del colega jardinero que en Zarcero consiguió llamar la atención de nacionales y extranjeros.

Entre otras cosas, resultó que Alfonso también había sido baqueano y ceñido troleador de las intrincadas trochas que llevan al vecino volcán Barva y más allá.

Me narró cómo eran los eternos temporales que había antes en la zona y que se escondieron desde hace varios años.

Al final, terminamos hablando de mi bicicleta. Yo, de fanfarrón y como para no quedarme atrás ante aquel hombre más respetuoso y educado que mucho licenciado que anda por ahí, le conté algunos de mis viajes en cleta.

En resumen: dos rocos compartiendo sus memorias.

¡Qué bonitos y inesperados encuentros pueden ocurrir cuando se viaja en bici y uno se toma el tiempo para detenerse y admirar la belleza que está al lado de los caminos!

Gracias, amigo Alfonso, que Dios te bendiga a vos y a tus matas.

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