¡Jale al Puerto en cleta! DÍA 3.

Es de ciencia exacta dictar que el descanso que se consigue con una buena noche en los brazos de Morfeo obra maravillas. De esto doy fe, pues en Mata de Limón dormí de un tirón y amanecí como recién nacido.

Desayuné bien y salí a gastar ese miércoles 9 de febrero del 2019 con el ánimo de llegar a Puntarenas. 

Lo primero fue dirigirme hacia Caldera a fin de tomar la ciclovía.

Panel solar que regala energía a uno de los puestos de comidas en Caldera.


Roca Carballo vista desde Caldera.

Dominan el paisaje de este sitio la ensenada del puerto de Caldera y también la emblemática Roca Carballo.

La tal Roca, primero fue un mirador de los huetares. Después, durante la Colonia, se usó como lugar de avistamiento  y control del movimiento de barcos piratas. Más adelante, cuando el tren llegó por esos lados, la Roca fue un obstáculo que se sorteó al principio tendiendo la línea entre el mar y la mole de piedra. Sin embargo, semejante trazado resultó altamente peligroso debido a las mareas y a la recurrente caída de material que amenazaba el tránsito seguro del tren y de los pasajeros. Por tal razón, se optó posteriormente por desviar la línea desde Caldera para bordear la Roca por tierra firme.

Cuando dejé Caldera y alcancé la cima de la Roca quise dar un vistazo al mar desde tan espléndido mirador natural. Sin embargo, parece que el sitio ha sido vedado al público; o al menos eso me pareció pues di con mis narices en un portón que me impidió el paso. 

Estando allí llamó mi atención una especie de cilindro rocoso grande que me pareció muy similar en su forma al que yace en el parque de Atenas. 


¿Será este elemento el resultado del trabajo de los antiguos huetares que habitaron la región?

Sin encontrar una respuesta a la pregunta del origen de la roca, ni hallar el camino hacia el mirador natural, decidí continuar hacia Doña Ana donde esperaba tomarme un frequito y gozar de esa bonita playa.



El fresquito quedó para después, el bar estaba cerrado.

Boca Barranca fue mi siguiente destino. Allí empecé a ver señales de la crisis económica que el Puerto padece desde que el tren dejó de sonar sus pitoretas y la pesca en el golfo se ausentó de sus costas: casas abandonadas, proyectos de cabinas fracasados, pobreza, mujeres y hombres desocupados tratando de sobrevivir como mejor pueden, convirtiendo cocos en artesanías que tal vez un ocasional turista quiera comprar.
 



Dejé Boca Barranca y seguí hacia San Isidro donde cuando niño veraneaba mi familia durante una semana, pero ya no es el mismo lugar. Una vez más la pobreza y el abandono se hacen evidentes. Aquí la supuesta abundancia de la copa neoliberal tampoco ha derramado sus prometidas bondades.


Karla tratando de entender que por ahí una vez pasó algo llamado tren.

Finalmente, Karla y yo llegamos al Puerto. La verdad, el trayecto desde Caldera a Puntarenas no es para nada complicado. Son 15 kilómetros, la mayor parte sobre terreno plano. Sortear la Roca Carballo supone únicamente 80 metros de ascenso y luego otros 80 de descenso.


Así las cosas, poco después del mediodía estaba en la que fuera conocida en algún momento como la Perla del Pacífico. En mi criterio, sigue siendo una perla, quizá un poco opacada por la desidia de algunos, pero con un gran potencial si lograra promover en sus hermosas islas desparramadas por el golfo, el turismo rural -no el de las grandes cadenas hoteleras-. También si se fomentara la pesca artesanal -no la de arrastre- y si se facilitaran proyectos de emprendimiento manejados por los gentiles habitantes del Puerto tan acostumbradas a enfrentar la adversidad.


En el ocaso de ese día sabía que el viaje no estaría concluido sin un churchill, cosa que acometí con el deleite de un niño en una de las sodas del Paseo de los Turistas.


Bien surtido de azúcar en la sangre salí hacia la Punta y me encontré con un bonito evento: Allí mismo estaban preparando un acto cultural al aire libre y varios vecinos llegaban con sillas deseosos de escuchar a un grupo de músicos locales. ¡Ya ven, no todo es crisis y pobreza!




Entre la aglomeración de porteños y algunos turistas no me extrañó la súbita aparición de coperos y otros vendedores ambulantes.


Por otra parte, es importante reconocer que los cruceros traen algo de alivio a la Perla. Algunos turistas bajan de la nave y compran a los vendedores locales. Pero no todos los turistas del crucero se quedan en Puntarenas, pues son sacados rápidamente en busetas para que gasten sus dólares en otras partes, inclusive en San José.



Con todo y sus contradicciones, el Puerto espera con la mirada puesta en el futuro nuevas oportunidades como lo muestra este fornido bracero que recuerda la época en que los hombres cargaban sacos de café en las bodegas de los barcos a espalda desnuda. 


De este viaje me quedaron las siguientes enseñanzas:
  • Fue un error no haber hecho noche en Atenas. Esto me habría permitido viajar al día siguiente a San Mateo y luego al tercer día seguir en bicicleta (sin el truquito del taxi) hasta el Puerto.

  • El trayecto en bici Heredia-Puntarenas me convenció de que es posible intentar otros trayectos más lejanos siempre y cuando no escatime en la debida preparación física.

  • De alguna manera, los viajes en bicicleta llaman la atención y facilitan conocer nuevas personas.

Con estas consideraciones empecé a imaginar venideras rutas en cleta.

Kilometraje total del viaje en bicicleta de Heredia a Puntarenas, incluye desvíos y otras vueltas.

 

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