PEDALEANDO POR LA ZONA SUR. Día 2.

Aunque sospechaba más o menos lo que me esperaba al otro lado del río Sierpe, jamás pensé que las cosas se darían como se dieron la mañana del 28 de febrero del 2023, el día 2 de mi viaje en bicicleta por la zona sur de Costa Rica.

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¿Qué ocurrió el DÍA 1?
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Llegué temprano al embarcadero de Sierpe para abordar el lanchón o plataforma a fin de alcanzar la margen opuesta del río, y encontré que no había nadie queriendo cruzarlo: Karla y yo fuimos los únicos pasajeros de la nave.

La tal plataforma es una estructura herrumbrada que como un perro dócil a su amo va encadenada resignadamente a un bote remolcador con un motor fuera de borda. 

En pocos minutos estábamos en la otra orilla e iniciamos la faena de atravesar un camino -a veces trocha- que habría de llevarnos por una zona jamás recorrida por mí y mucho menos por Karla, mi bici plegable.

Pero, unos kilómetros más adelante, luego de subir una interminable cuesta que me sacó los pulmones y el corazón por la boca, dejé tirada a Karla en medio de la nada y estuve a punto de claudicar, devolverme y dar por fallida, cerrada y olvidada aquella descabellada aventura.

Karla desfallecida.


Karla como única pasajera en la plataforma.

Y es que las cosas no estaban resultando como las había planeado varios días antes, comodito en mi casa.

Según mis cálculos la aventura sería así:

  • Recorrería un camino de grava y tierra.

  • Serían 20,6 kilómetros.

  • Tendría que subir 690 metros y bajar 520 metros.

  • Enfrentaría cuestas de entre 5 a 10 grados.

  • La única cuesta o pendiente verdaderamente complicada la toparía hacia el final de camino, pues sería un trepón de 20 grados.

  • Me desplazaría aproximadamente a 6,8 kilómetros por hora por lo que el trayecto completo me llevaría unas 4 o 5 horas si sumaba el tiempo invertido en descansar, almorzar, tomar fotos, mirar el paisaje y demás.

  • La aplicación que me entregaba semejantes datos mostraba que el camino que va desde Sierpe hasta encontrar la ruta 245, en bahía Chal, en el Golfo Dulce, tiene el siguiente perfil de elevación:

Sin embargo, cuando se está trepado en la bicicleta enfrentando las sorpresas del terreno, la realidad a veces es aún más cruda si el sol se agrega a la ecuación, se eleva al cubo el cansancio y se multiplica todo por un sendero totalmente desconocido y difícil de transitar, al menos para mí.

¿Y cómo fue que me metí en semejante locura?

Pues todo comenzó cuando un amigo de cuyo nombre no quería acordarme en ese momento, me había enviado el vídeo de un mexicano y su esposa que hicieron el mismo trayecto que ahora yo trataba de emular. 

El vídeo en cuestión era este:


Animado por la experiencia de los mexicanos dije que nada me costaba (Sic: ¡Nada me costaba!) empezar ese día en Sierpe y, 20 kilómetros después, terminar en las cercanías de Bahía Chal, en el Golfo Dulce. 

Además, me animaba a mí mismo con el argumento de que la pareja viajó en una pesada bicicleta tandem no apta para un camino terciario, que yo podría sortear con bastante mayor facilidad en mi liviana y pequeña plegable Karla.

En mi casa hasta veía facilito y llevadero el trayecto que me mostraba el mapa.

Y debo decir que al principio del camino, recién cruzado el río Sierpe, la aventura empezó con pedal derecho y en pura contentera, pues los primeros metros me mostraron que me adentraba en una zona de gran belleza y singularidad.




Aunque esperaba tener la suerte de los mexicanos de encontrar lapas y mariposas monarca en el lugar, en realidad si acaso vi tres o cuatro monarcas que no pude fotografiar, pues volaban rápido.

Solo alcancé a tirar la foto de una mariposa que reposaba en el camino y que yo no supe identificar.


La cuestión es que la contentera inicial se evaporó pronto. 

Los primeros 7 kilómetros me obligaron a trepar de 10 metros (la altura a la orilla del río Sierpe) hasta los 290 metros que marcan el final de la primera gran pendiente, cerca de Miramar.

¡Tremenda trepada en la que no esperaba cansarme tan pronto!



En todo caso, el premio al esfuerzo le vino a este viajero con la altura alcanzada que le permitió en ese punto admirar los  lejanos humedales del Sierpe.






Aparte de los humedales, también el paisaje me regalaba otras vistas llamativas.


En este solitario y silencioso mundo encontré solamente dos pequeños caseríos. Uno llamado Miramar; y más adelante otro, mentado San Juan. 

Cuando llegué a Miramar, exhausto, entré en la única pulpería del lugar. Estaba abierta, pero sin clientes y sin ningún dependiente que la atendiera. 

El caserío, de apenas cuatro o cinco casas, guardaba absoluto silencio al punto que me pareció un pueblito abandonado.

Ahí estuve unos minutos esperando y llamando con silbidos hasta que finalmente llegó el confiado dueño del negocio.

Después apareció su hijo y al ver a Karla me comentó de la visita de la famosa pareja mexicana que había visitado el local.

En esta pulpería estuvimos  conversando acerca de la pareja mexicana del vídeo y del estado del camino.

Tomé una cerveza con algo de sal y un breve descanso en la pulpería de Miramar.

Luego me programé mentalmente para continuar trepando pendientes.

A 3 kilómetros de Miramar llegué a la infame cuesta que me hizo pensar si mejor abandonaba y me devolvía a Sierpe. ¡Dichosamente, no cedí a la tentación!

Después que recuperé mis pulmones y mi corazón; y me reconcilié con Karla, la levanté del suelo y seguimos avanzando juntos.


A las tres horas de iniciado el viaje alcanzamos los 12 kilómetros, donde sabía que empezaríamos a bajar el cerro que tanto nos había costado subir.

Allí esperaba aumentar la velocidad, pero no hubo tal porque había mucha piedrilla suelta y era muy difícil controlar a Karla a pesar de que para este viaje le había comprado zapatos de tacones altos. Es decir, llantas nuevas con taco para caminos rústicos. 


La bici derrapaba bastante y tenía que sortear baches y algunos canales formados por las lluvias.

Karla es una bicicleta plegable y me cuidaba bastante de no quebrar la bisagra del marco y acabar botado, con la bici inservible, en aquella remota lejanía.

Bajé el cerro durante 2 kilómetros sosteniendo la bicicleta con ambos frenos, y hasta con los pies, pues en algunos tramos la inclinación de la pendiente llegaba a los -18 grados.

Y así, entre brincos y saltos, derrapes y frenazos conseguí salir de aquel polvoriento tobogán donde encontré una casa al lado del camino; allí paré para pedir agua.

Entonces descubrí que a causa del estado de la trocha, una de las alforjas se había abierto y me faltaba un bolso gris con mi cepillo de dientes, pasta dental y jabón. Además, llevaba en ese bolso una piedrita de afilar cuchillos que es difícil de conseguir.

Por eso me devolví unos 500 metros esperando encontrar el bolso con la piedrita, pero no aparecieron y quedaron botados en alguna parte del camino. 

Resignado seguí y a la 1: 30 de la tarde pasé por San Juan. 

Descansé una vez más para acometer a las 2: 00 la cuesta más complicada del camino. 

Se trata de una pendiente asfaltada de solamente 1 kilómetro, pero en algunos puntos con una sufriente inclinación de 20 grados, que sumados al cansancio acumulado durante el viaje y al peso de las alforjas, me complicaron la vida. Obviamente, la ascendí en zigzag empujando a Karla.

Finalmente, eso de las 3 p. m., conseguí ver la esperada carretera que lleva a Puerto Jiménez. 

Salí sudoroso, cansado, resoplando jadeos, sin voluntad para acampar, ni de armar un refugio con mi toldo. Por tal razón pregunté en una pulpería si había cerca de ahí dónde hospedarme.

Dichosamente resultó que cruzando la calle había una cabinilla de alquiler. Ahí me acosté un rato para recuperarme del esfuerzo.

Luego, me bañé y preparé una sencilla pero reconfortante cena mientras miraba el paisaje que me ofrecía la cocina.

Por la noche creo que dormí con la sonrisa de alguien satisfecho de haber vencido al camino.

Al día siguiente, lo que seguía de la ruta hasta Puerto Jiménez también me era desconocido y no sabía qué me depararía el destino.

Pero esa es otra historia.

(Continúa en el DÍA 3).






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