PEDALEANDO POR LA ZONA SUR. Día 3.

Estrené el mes de marzo del 2023 con un desayuno rápido y ralito que me preparé con alguna prisa en la cabina donde había pasado la noche anterior.

Comenzaba así mi tercer día de viaje en bicicleta por la zona sur de Costa Rica.

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¿QUÉ PASÓ EL DÍA 1?
¿QUÉ PASÓ EL DÍA 2?
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Luego inicié una bajada -rápida también- pensando que recorrería pronto los 36 kilómetros que me separaban de Puerto Jiménez. 

Pero, como suele ocurrir cuando se viaja en bicicleta los planes habrían de mudar muy pronto.

Había descendido un poco más de 1 kilómetro cuando en una curva del camino veo un restaurante que me pareció regalaba una linda vista a la bahía Chal, en el Golfo Dulce. 

Para comprobarlo frené y de pronto me vi en una especie de balcón admirando el Golfo Dulce. Poco después a mi mesa llegó un buen desayuno como Dios manda (no como el que me había mandado yo un rato antes): un desayuno como debe ser cuando se viaja quemando energía con el impulso de dos pedales.


Luego continué bajando y alcancé la planicie antes de lo esperado.

Al pasar por Rincón de Osa me detuve a cada tanto descubriendo los nuevos paisajes que llegaban a mis retinas.





Me percato de que el día avanza rápido así que dejo Rincón de Osa y luego de un par de horas llego a Puerto Escondido donde veo un supermercado. 

Paro allí a fin de comprar unas cosas para mi almuerzo de ese día y una maquinilla de rasurar, pues la que había traído desde mi casa estaba en la bolsa gris que perdí el día anterior.

En el supermercado un joven que estaba pintando la pared del frente del negocio me mira con curiosidad y de inmediato pregunta de dónde vengo, adónde voy y demás.

Conversamos un breve rato y luego me afama playa Blanca. Insiste en que no pase se largo sin visitarla.

Le agradezco al muchacho la información, compro lo buscado y sigo mi camino. 

Voy tranquilo por la carretera cuando veo a mi izquierda un pequeño letrero a playa Colibrí. Y se me mete la idea de ir ahí.

Entonces, me desvío de la ruta principal y tomo un caminillo de lastre. Me topo un tarambanas quien me dice que la playa está ahí "no masito" a 2 kilómetros. 

Pero no. Le doy a los pedales y nada.

Camino hacia playa Colibrí.

Al rato saco el celular y trato de encontrar la esquiva playa. 

La aplicación más bien me pierde y me señala unos trillos. 

Uno de ellos me lleva inesperadamente al patio de una casa donde seis perros dan la alarma y por espantarlos casi me llevo una ropa tendida y unos calzones. 

Sale una señora más sorprendida que yo, e intercambio con ella saludos y perdones. 

La mujer, una vez repuesta del susto, amablemente me dice cómo llegar a playa Colibrí.

Para mí tengo que la vida nos ofrece en mesa servida estas pequeñas aventuras para abrir nuestros horizontes a nuevas posibilidades, pues la playa resultó más que bonita. 










En playa Colibrí encontré también un bonito proyecto turístico, no como esos hoteles gigantes que más parecen hospitales y llenan de cemento playas y paisajes. Muy al contrario, hallé una agradable propuesta de pequeñas cabañas que armonizan totalmente con el paisaje local.




Salí de Colibrí y siguiendo la recomendación del muchacho en Puerto Escondido visité playa Blanca a la que llegué a eso de las 11 de la mañana.


En playa Blanca el nivel del mar ha estado invadiendo 
el territorio de las palmeras.


En una soda, una gringa que abandonó su mundo desde hace algunos años para vivir en este, me explica que el nombre de blanca se lo da el coral muerto que arroja el mar.

A decir verdad, playa Blanca me pareció bonita aunque no tanto como Colibrí.

Sin embargo, al amanecer del día siguiente creo que empecé a cambiar de opinión.

Pero esa es otra historia.





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