Donde uno menos piensa salta la liebre. DÍA 4 y 5
La noche que pasé en el antiguo taller de máquinas en la estación del tren en Río Grande de Atenas no fue exactamente de cinco estrellas.
Además del aullido del viento que se ensañaba contra los árboles y zarandeaba mi refugio, me acompañó en la oscuridad el rugido incesante de los furgones y carros de la 27 que debe estar como a 400 metros del taller.
No sé, a lo mejor en aquel desvelo se cocinaba a fuego lento lo que habría de ocurrirme algunas horas después. ¿Se presagiaba aquel como un día de perros?
En todo caso, cuando apenas clareaba el día y sin haber dormido lo suficiente me levanté con la firme convicción de salir temprano de la estación de Río Grande de Atenas y cletear al lado de la línea del tren hasta a la estación de Escobal.
Entusiasmado preparé un pequeño desayuno afuera de la caseta.
Estaba en eso, cuando veo venir a un hombre con dos perros grandes. Le pregunté si sabía el estado del trayecto para ir hasta Escobal. De mala manera me respondió que no tenía idea, pero que él había escuchado que algunos ciclistas a veces iban por la línea hasta Escobal.
La respuesta del carambas me alegró.
Recogí las cosas y me dispuse a cumplir la meta de ese día.
Sin embargo, el estómago me hizo saber que no había quedado muy contento con el desayuno.
Informado de esto y considerando que el trayecto sería aproximadamente de 13 kilómetros entre rieles, pensé que quizá lo conveniente sería alimentarme mejor porque el camino podría complicarse y era prudente acometer la pedaleada con el tanque bien lleno.
Entonces, pospuse por un rato mi plan ferrocarrilero mientras encontraba una soda cercana para desayunar de verdad.
Poco después, me atendían dos amables señoras de donde salí bien repellado y cafeteado, pero con la prisa de quien además va decidido a comerse también la línea del tren hasta Escobal.
Mas el hombre propone y Dios dispone.
Diez minutos después me vi en medio de la nada: sin carros, sin calles, sin gente. Solo árboles, rieles, durmientes y piedras.
No llevaba ni un kilómetro cuando empecé a percatarme de que el trayecto sería un largo lecho de piedras sobre el que están montados durmientes y rieles. ¡Obstáculos todos ellos difíciles de esquivar en una bici con aro 20!
Seguí avanzando tal vez unos 500 metros más y me encuentro una mujer y dos niñas gritando.
Paré de inmediato porque en aquella remota esquina del mundo no esperaba ver a nadie; mucho menos a una mujer y dos chiquitas.
Entonces oigo que llamaban a alguien.
- ¡Caperuza, Caperuzaaaa!
Me acerco y me preguntan si he visto a una perra pastor alemán que se les había escapado.
Les dije que no, pero que si la miraba les avisaría sonando el silbato que siempre llevo conmigo. Lo soné un poquito y las niñas se rieron.
Me agradecieron si les advertía en caso de encontrar a Caperuza al tiempo que empezaron a llamar otra vez a la mascota.
De mi parte volví a los pedales sobre durmientes, rieles, piedras, brincos y saltos.
Al poco, se sumaron a la lista anterior enormes matorrales -a veces de jaragua- a ambos lados de la línea.
Estos matorrales no son de mi agrado porque sus hojas pueden provocar pequeñas cortaduras. También sirven de escondite de serpientes y otros bichos.
Por eso, empecé a transitar por el centro de la línea. Pero obviamente eso suponía bajarme de Karla e irla empujando.
Viendo que a duras penas había avanzado únicamente 2 kilómetros, hice un cálculo mental rápido y estimé que me quedaban por delante otros 11 kilómetros que probablemente podría sortear en unas tres horas a pie.
De ahí a poco me topé un árbol caído sobre la línea. Por estar seco, supuse que tal vez había sido vencido la noche anterior por el fuerte vendaval.
Ya con todo este cuadro, me estaba arrepintiendo de haber metido a la pobre Karla en semejante berenjenal, pues como he dicho en otras ocasiones la Karlita es una señorita de ciudad que no está diseñada para esos callejones propios de las salvajes bicicletas montañeras.
Seguí sorteando obstáculos. ¡Y zaz, se me afloja un zapato al reventarse una de las fajas!
- ¡Ah, diantres, se está complicado esto! Pensé.
Me senté a un lado de la línea y con un mosquetón improvisé una amarra rápida, sabiendo que el remiendo muy probablemente no aguantaría el camino restante.
Siempre sentado ahí en la línea, miré a un lado, miré al otro, y empecé a considerar las circunstancias.
Llegué a la conclusión que lo mejor sería devolverme.
Para colmo, cuando levanté a Karla noté que una de las alforjas se había abierto a causa del constante zarandeo y que había perdido quién sabe dónde una botella de suero isotónico.
Es la segunda vez que pierdo cosas porque se abren las alforjas que construí para estos viajes. Me dije que esto es algo que debo solucionar definitivamente.
Mientras trataba de animarme pensando que estas son chispas del oficio aventuril, opté por cambiar de plan. Iría a Escobal por otro camino, el llamado camino viejo.
Así las cosas, debía regresar a Río Grande, subir a Atenas por la radial y luego bajar hasta Escobal por la ruta 707. Una vuelta de unos 20 kilómetros. El doble de lo programado.
Con un sentimiento de derrota vengo de regreso, medio arrastrando el zapato remendado y sintiéndome agüevado.
Doy unos pasos más y detrás mío oigo un ruido. Vuelvo a ver y de un matorral sale un bicho enorme, negro con manchas cafés, que se viene adonde estoy y me pasa a la pura par.
¡Diablos, era la tal Caperuza que me rebasó moviendo la cola y corriendo hacia su casa!
Puta susto me pegó esa zaguata, por muy pastor alemán que fuera.
De la impresión, creo que soplé el silbato como nunca antes lo había hecho; aunque jamás supe si las dueñas de Caperuza me escucharon..
Recuperado el aliento seguí mi camino buscando si en el suelo encontraba la botella de suero, pero no vi rastro de ella.
Cuando pasé por donde antes estuvieron las niñas volví a soplar el silbato, pero ya para entonces muy seguramente la bandida Caperuza descansaba en la casa.
Al rato llegué de nuevo a la caseta donde había dormido. Salgo al museo ferroviario y cuando pasaba por la soda donde desayuné oigo que me llaman.
- ¡Señor, venga. Dejó olvidados los guantes!
Pues vea usted, por la prisa con que antes salí de la soda y el trajín vivido en la línea, Caperuza, el zapato y demás no me había percatado de que andaba sin los guantes. Solo a los despistados hijos de Eva nos ocurren estas cosas.
Agradecido, con guantes y todo, subí por la radial de Atenas.
Más adelante, tomé el camino viejo hacia Escobal.
¡Y resultó una delicia de ruta!
En la tarde llegué a Escobal y me hospedé en una zona de campamento.
Pero este era un negocio que recién había empezado a funcionar y yo era el tercer cliente que la dueña tenía. La señora súper amable no hallaba dónde ponerme y se deshacía en atenciones conmigo.
Hasta me dio gratis la dormida en una tienda de campaña con colchón que tenía instalada.
Me ofreció almuerzo, pero yo lo que más deseaba era bañarme porque desde el día anterior andaba con el polvo pegado de los caminos recorridos.
Ahí me señaló una ducha. El asunto es que la tal ducha no tenía puerta, sino una cortinilla medio puesta que con los "ventoleros" de esos días se agitaba y alzaba como una bandera. En fin, me bañé a los cuatro vientos y solo espero que la doña no me haya visto las nalgas. ¡Si fue así, salada, allá ella!
Luego pasé una bonita tarde y noche en Escobal.
Al día siguiente regresé en un carro desde Escobal hasta Atenas. El carambas que me llevó iba alucinado con Karla. En Atenas quiso ver cómo la armaba en un dos por tres. Cuando le puse las alforjas, más o menos le conté lo que llevaba en ellas.
Nos despedimos como si fuéramos conocidos de toda la vida y empecé el extenuante regreso de Atenas a Heredia.
Y mientras volvía, de cuando en cuando pensaba que a veces las liebres saltan donde uno menos espera; y otras veces, aunque uno quiera, no lo hacen. En fin cosas de la vida.
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LEA:
Cuando la libre saltó por primera vez en el DÍA 1 y 2.
LEA:
Cuando la liebre saltó por segunda vez en el DIA 3.
Recorrido de 128 kilómetros.

















Excelente Rohanny, me he divertido con tus historias geniales y esas fotos parecen un mundo mágico. apenas para una película.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por sacar el rato para leer estas VARAS DE ROCO.
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