En bicicleta de Heredia a Guanacaste y una lamentable tragedia ajena.

En una entrega anterior conté que un día decidí prepararme para viajar en bicicleta desde Heredia hasta Tamarindo, en Guanacaste. 

Como la distancia es de cierta consideración para un roco como yo, pues ronda los 300 kilómetros, tuve que dividir en siete jornadas semejante pastel.

En la mencionada entrega anterior detallé lo acontecido en los primeros tres días de viaje.

En esta nueva publicación relato lo que ocurrió en las siguientes dos jornadas durante las cuales visité diversos lugares, algunos de gran significado histórico como el templo de Nicoya y puerto Thiel.

El templo colonial de Nicoya.

A continuación, un resumen de lo vivido en las jornadas cuarta y quinta.

Jornada 4: 
En ferry de Puntarenas a playa Naranjo.

Luego, en bicicleta, desde playa Naranjo hasta San Pablo de Nandayure.
Distancia aproximada 40 km.
Fecha: 12 de enero del 2020.

Inicié el día con un desayuno en una soda en el centro de Puntarenas. En eso llegó John, el veterano cicloturista inglés que había conocido el día anterior en la ruta entre San Mateo y Puntarenas. Venía a despedirse porque tenía que tomar el ferry hacia Paquera. Por mi parte, yo ocupaba abordar el otro ferry, el que va a playa Naranjo. Pues bien, con un apretón de manos nos auguramos un buen viaje.

Terminé mi desayuno y a eso de las 9 de la mañana llegué al muelle donde inesperadamente encontré un caos de motos, de esas que pareciera escupen fuego y corren -según dicen- como el diablo cuando se lleva un alma que le pertenece. 

Chavalos con cascos, algunos vestidos de negro, se bajaban de sus espléndidas Kawasakis y se aglomeraban para tomar el ferry de las 10 de la mañana, el mismo que yo.

Me llamó la atención ver a unas cuantas muchachas, muy bonitas ellas, acompañando a los motociclistas, algunos bastante panzones. Pero más despertó mi curiosidad observar que había otras muchachas que conducían ellas mismas también enormes motos, pesadas y potentes. A mi cerebro de roco le cuesta entender cómo harán para gobernarlas. 

En otra parte de la escena vi a unos cuantos choferes de carros y buses mirando recelosos a los motociclistas. 

Los trabajadores encargados de ordenar los vehículos no daban abasto. Apresuradamente uno de ellos me dijo que dejara la bici en una especie de lote resguardado por un portón y que me sumara a la fila, a fin de comprar el pasaje. Ahí tuve que esperar un buen rato debajo de un sol ya inclemente hasta que finalmente me vendieron el boleto.

Cuando abordé el ferry parecía más un parqueo de motos. ¡Y eso que aún faltaban muchas más por acomodar!



Uno de los encargados me pidió que estacionara a Karla, mi bici, en un rinconcito y ahí la dejé acomplejada entre dos "chunchonas".


Zarpó el ferry, ahora convertido en algo similar a un centro comercial con gente yendo y viniendo por los pisos superiores del barco. En el viaje a través del golfo de Nicoya algunos motociclistas se pasaron de tragos y de palabras soeces. Por su parte, una que otra guapa muchacha que los acompañaban se dedicaron -según mi entender- a lucir sus tatuajes y a presumir de sus siliconas.

Cruzamos el golfo de Nicoya en medio de música "reggaetonera", aunque debo reconocer que otros motociclistas se apartaron un poco. 

Casi llegando a playa Naranjo, donde debíamos desembarcar, se desató una especie de histeria colectiva entre los conductores de aquellas máquinas infernales, pues corriendo hacia sus motos empezaron a rugir los motores, quizá como tratando de impresionar a los demás; y otros como picando por salir despavoridos del ferry.

Finalmente atracamos y bajamos. Karla inició su silencioso y sosegado deslizamiento mientras decenas de motos pasaban alocadamente a nuestro lado. ¡Era como una estampida de monos enloquecidos que huían veloces tragándose el pavimento! 

Karla y yo quedamos muy atrás. Entonces, le dije que no se sintiera cohibida ni acomplejada. 

Sorpresivamente, dos o tres kilómetros más adelante vimos un embotellamiento de motos y carros: ¡Había ocurrido un accidente con uno de aquellos monos!


Ni siquiera pregunté pormenores de lo sucedido. Simplemente sorteamos en silencio las motos y seguimos. Al rato vimos venir las luces rojas y azules de una ambulancia ululando la sirena.

Media hora después, o quizá más, empezó otra vez la barahúnda, el río desbordado de motos, rugidos y siliconas. Pasó también la ambulancia llevando al herido. Le volví a decir a Karla que no se diera por menos, que nosotros estábamos en otra frecuencia.


¡Y vean ustedes! Al poco -y por tercera vez- nuevamente un reguero de motos. Había ocurrido que una de aquellas máquinas tuvo un desperfecto; y entre compañeros, aunque sean de ese agitado mundo, existe la solidaridad. 

Cuando los rebasamos alcancé a oír a un motociclista decirle a otro:
¡Vea mae, la cleta otra vez, guón!

Luego, vino la desgracia.

Según supe después, una de las hermosas muchachas que cabalgaba en uno de aquellos demonios rugientes, de regreso a San José y a toda velocidad, se salió de la vía pues no pudo tomar una curva. Allí dejó ella sus apenas veintiséis años de vida al chocar mortalmente contra un árbol. 

Esa tragedia ajena de alguna manera me tocó, pues tengo una hija joven. Pensé en los padres de la muchacha y durante algunos días les acompañé en su dolor.

Ruta seguida de playa Naranjo a San Pablo de Nandayure.


Jornada 5:
  • De San Pablo de Nandayure a Santa Bárbara de Santa Cruz.
  • Distancia aproximada 54 km.
  • Fecha: 13 de enero del 2020.

Los noticiarios de la mañana informaban de la muerte de la joven motociclista el día anterior. Ese fue el sombrío tema de conversación entre quienes desayunábamos en una sencilla soda en San Pablo de Nandayure.

Me despedí y me alisté para salir rumbo hacia Santa Bárbara de Santa Cruz.

Sabía que este trayecto iba a ser larguito, pero como ya estaba en territorio de la pampa ella me habría de regalar un recorrido sin grandes pendientes. 

Sin embargo, antes de abandonar San Pablo recordé que muy cerca de esta comunidad está puerto Thiel.

Actualmente se llama así porque fue allí donde se dice que desembarcó dos veces, en 1881 y en 1896, monseñor Thiel cuando hizo sendas visitas pastorales a Guanacaste. Monseñor Thiel fue el segundo obispo de Costa Rica, era de origen alemán y perteneció a la orden de los vicentinos o paulinos. Hizo muchos viajes por nuestro país, por lo que llegó a conocer de primera mano el ser costarricense. Los liberales de la época lo enviaron al exilio. Luego, pudo regresar a nuestro país y continuó su fructífera labor.


Años después también entraron por este mismo puerto unos colonos acompañados por el padre José Daniel Carmona para fundar la colonia que entre altibajos dio origen al actual cantón de Nandayure. Su ciudad principal se llama Carmona en recuerdo de aquel cura.

Aunque puerto Thiel le dio vida a esta región hoy en día es un pueblito de pescadores que luce bastante marginado y olvidado.

Entrada a puerto Thiel.

Cuando salí de San Pablo como a las 8 de la mañana la pampa me recibió gozosa.


23 kilómetros después estaba en el cruce a Barra Honda, cerca de la entrada a Mansión, otro lugar testigo de importantes acontecimientos históricos. En uno de los puestos de ahí me surtí de algunas mandarinas.



Posteriormente, rodé hasta Nicoya a la cual llegué cuando se iniciaba la tarde.

Fui a dar una vuelta a la Radio Cultural de Nicoya donde tengo buenos ex compañeros de trabajo, y seguidamente hice una rápida visita a la iglesia de San Blas. Hace más de 500 años este lugar era el centro religioso, comercial y político de la cultura chorotega, hasta que los españoles erigieron ahí uno de los más antiguos templos de Costa Rica. 

Luego se han construido varios otros templos hasta llegar al actual, declarado reliquia nacional y de interés histórico-arquitectónico.


Cumplida esta obligada visita me dirigí por el camino viejo hacia Santa Bárbara de Santa Cruz. Cuando salía me alcanzó un motociclista empleado del correo y me preguntó de dónde venía y adónde iba. Hablamos un poco y me dio importante información acerca del estado del camino a Santa Bárbara.
Este camino es el que pasa por San Antonio, Caballito, La Florida de Nicoya y por Guaitil, que es otro lugar de gran significado para la cultura chorotega.


El camino viejo hacia Santa Bárbara.


Templo de Guatil.

Recorrí con tranquilidad el viejo y polvoriento camino y llegué a Santa Bárbara cuando empezaba a declinar la tarde. Allí me hospedé en un sencillo y acogedor lugar atendido por unas personas muy gentiles. Descansé luego de una pedaleada bien soleada de cincuenta y tantos kilómetros.

Después de cenar y de un par de cervecitas me fui a dormir temprano, pero en cuanto me metí en la cama comencé a vivir una extraña experiencia acompañada de misteriosas vibraciones o más bien de una especie de energía negativa que no puedo aún explicar. En la última entrega de esta serie de tres relatos le voy a contar qué creo ocurrió en esa enigmática noche.


Comentarios

  1. Maravillosas historias compañero (exceptuando la tragedia ajena, por supuesto). Yo que te conozco y viajé con vos varias veces, puedo imaginarte en esos lares. Hasta escucho tu voz hablando con la gente. Recuerdo cómo elegías para comer los lugares más singulares del camino (con cariño tengo en la memoria el restaurante de camioneros allá en el cerro de la muerte).
    Gracias por compartir estas narraciones, que me hacen viajar con vos nuevamente. Como siempre, todo mi respeto y mi admiración.

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    1. Muchas gracias, compañerita. Viniendo de vos tus palabras son un halago. Abrazo cariñoso.

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