DE TARBACA A PUNTARENAS en bicicleta. Día 1

Existe una ruta tranquila y pintoresca que permite viajar en bicicleta desde Tarbaca hasta Puntarenas.

Tal viaje se puede hacer en tres etapas o jornadas.

En la primera, se recorre los 38 kilómetros que separan Tarbaca de Santiago de Puriscal.

Básicamente, se sigue la ruta 209 que pasa por Vuelta de Jorco, San Ignacio de Acosta, Chirraca, Palmichal y Tabarcia. Poco antes de Guayabo, se abandona la ruta 209 y se toma la 239 que lleva directo a Santiago de Puriscal.


El parque del Agricultor en Puriscal.
Al fondo la neblina apenas deja adivinar el
templo dañado por el terremoto de 1990.


En esta entrega o publicación describiré algunas impresiones de esta primera jornada. En dos entradas posteriores compartiré el viaje desde Puriscal hasta Orotina; y luego, de Orotina a Puntarenas. 

Mapa del recorrido entre Tarbaca y Puriscal.


Saliendo de Tarbaca hacia San Ignacio de Acosta.

A quienes lean las presentes líneas debo confesarles públicamente un grave pecado: Por poco llego a mis 69 años sin haber recorrido el camino que lleva a estos pueblos netamente costarricenses como Chirraca, Palmichal, Tabarcia, el Morado y otros. ¡Con rubor reconozco que ese sector de la ruta 209 jamás lo había transitado! Sí, sí, ya sé: ¡Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa...!

Decidí, entonces, reparar semejante entuerto y me propuse saborear el trayecto que lleva a tales lugares y que va desde Tarbaca hasta Puriscal; y hacerlo a sorbos y despacito y del mejor modo que conozco: en bicicleta.

Dichosamente, el sábado 26 de noviembre del 2022 quedé absuelto.

Pero no sé si por influencia de algunos relatos del recordado Miguel Salguero o de María Mayela Padilla, yo había armado en mi mente una imagen romántica de esos rincones cuyos nombres leía en el mapa a lo largo de buena parte del camino. Los soñaba muy típicos, con casitas de amplios corredores y con muchas matas al frente, gallinas y perros. Pueblos que aún se mantenían -creía este pecador- alrededor de una plaza con su pequeño templo, su escuela y su cantina.
Mas no fue así.


En la zona hay muchas casas bonitas.

En las veredas del camino al viajante no le faltará el verdor de la naturaleza.





Por ser noviembre y acercarse la Navidad mis expectativas se terminaron de romper al encontrarme casas bonitas ciertamente, pero dispersas y atiborradas varias de ellas con colachos rojos y blancos, añejos árboles artificiales con nieve más falsa que un billete de tres mil colones, bolas de colores y renos de plástico. ¡No quise tomar fotos de ese agravio en el que no apareció por parte alguna una Virgen y un San José arrodillados, en silencio, pendientes del Misterio!

Para colmo, en el momento en que escribo esto, creo recordar un mini mercado (no pulpería) con un letrero promocional de un viernes negro.

En fin, lo que yo pensaba era una zona de puro sabor costarricense, hallé el revoltijo de la gringo influencia navideña del jo, jo, jo.

Dichosamente, sí encontré mucha gente amable al lado de camino, que sin conocerme me saludaba con un "¡Ejeiii, pura vida! ¡Adiós amigo! ¡Que Dios lo acompañe!"

Por lo visto, no todo está perdido.


Templo católico de Palmichal.


Si viaja en bici, vaya preparado por si se topa con espesa neblina.

El dañado y abandonado templo de Santiago de Puriscal.










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