VOLVIENDO A GUANACASTE EN CLETA. DÍA 4
Durante dilatados 135 millones de años los dinosaurios fueron los amos y señores de la Tierra sin que ningún otro ser viviente fuera capaz de competir con semejantes lagartijas.
Por ese entonces, ni un solo ser humano caminaba sobre este planeta que era totalmente diferente del actual.
Un día, hace unos 60 millones de años, un dragón gigante de fuego y muerte vino del espacio y partió en dos el cielo. El enorme meteorito fue a caer en lo que ahora es el Golfo de México provocando un desastre global como si cientos de bombas atómicas hubieran detonado al mismo tiempo y en el mismo lugar.
De aquel impacto emergió una espesa nube de polvo que se dispersó en la atmósfera y ocultó el sol durante meses. Ese apocalipsis exterminó a los dinosaurios y cambió para siempre la vida en la Tierra.
Por esa misma época, enormes colonias de coral habitaban el mar en lo que ahora llamamos Barra Honda. Por causa de los terremotos y de los levantamientos de las placas tectónicas, aquellos corales fueron emergiendo poco a poco hasta formar los cerros grisáceos, cariados de cavernas y de galerías subterráneas que vemos hoy en esta parte de Guanacaste.
Con esta historia de dinosaurios y corales en la mente pedaleé la pintoresca región de Barra Honda durante el cuarto día de mi viaje en bicicleta de Heredia a Guanacaste.
Ese 15 de diciembre del 2022 lo empecé con un desayuno ralito que me preparé rápidamente a fin de salir temprano de San Pablo de Nandayure.
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Poco después, un incandescente sol guanacasteco me calentaba la espalda aún antes de llegar al cruce que lleva al punte de La Amistad en Paso Tempisque.
Sin embargo, como si de oasis se tratara, aparecían aquí y allá remansos de paz y de verde follaje en el camino hacia el cruce a Paso Tempisque.
Cuando llegué al mentado cruce busqué una soda para desayunar un poco más en forma, pues el mini desayuno en San Pablo no daba para los 32 kilómetros de bonitas vistas, sol y polvo que aún me quedaban por delante.
La cosa es que cuando me metí, decidí montar mi refugio y pasar la noche en el patio, desde luego con el permiso de la propietaria y de un garrobo que apareció por ahí, quizá para recordarme que los dinosaurios de alguna manera sobreviven hasta el día de hoy.
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