QUINTA ETAPA de un viaje en bicicleta desde Heredia hasta La Cruz, en Guanacaste.
La quinta y última etapa de mi viaje en cleta desde Mercedes Norte, en Heredia, hasta La Cruz, en Guanacaste, consistió en recorrer los 90 kilómetros entre Upala y La Cruz.
Realicé esta jornada final el viernes 11 de febrero del 2022.
A las 6: 15 a. m. salí de Upala debajo de un cielo encapotado, con el velocímetro de Karla, mi bici plegable, indicando 252 kilómetros desde que dejé mi casa en Heredia el pasado lunes 7 de febrero.
La salida de Upala me hizo sentir casi como si estuviera pedaleando en Dinamarca o en Holanda. Tienen ahí una espléndida ciclovía de dos carriles. De hecho, están claramente establecidas tres zonas: una para autos, la del medio que corresponde a la ciclovía y una tercera zona que es una acera ancha para los transeúntes.
A la altura del cruce hacia San José de Upala abandoné la ciclovía y me dirigí hacia esa población.
Entonces, poco después el cielo encapotado empezó a desaguar. Me cubrí con un poncho de plástico y continué.
Todavía cuando llegué a San José de Upala a las 8 de la mañana, el buen aguacero no me soltaba por lo que decidí parar en una soda en el barrio el Líbano a fin de escampar. De paso, aproveché para volver a desayunar.
Ahí me percaté de que había olvidado que sobre la parrilla trasera de Karla traía una bolsa de malla con la ropa lavada la noche anterior y que supuestamente debía secarse durante el viaje, pero que ahora destilaba agua.
En la soda vino el primer pacho del día: ¡Me ofrecieron brete de peón en una finca!
El asunto es que le pregunté a un carambas que estaba ahí comiendo, acerca del estado del camino hacia Santa Cecilia, en Guanacaste. Me dio la información pertinente y un poco extrañado me preguntó si pensaba ir hasta allá en bicicleta. Le dije que sí. Y empezamos a hablar acerca de mi viaje desde Heredia.
El compañero me miraba, luego veía la bici y me volvía a mirar como diciendo: ¡Qué roco más jetón, decir que viene desde Heredia y que va para La Cruz en esa bicicletilla!
Al final me dijo que él tenía una finca y que ocupaba un peón bien activo como yo que ordeñara las vacas, sembrara frijoles, cuidara los chanchos y chapeara el monte. Claro, todo esto me lo decía en son de broma.
Terminó de llover, me despedí de mi posible patrón y continué el viaje a eso de las 8: 40 a. m.
Por ahí de las 9, después de un lugar llamado Popoyoapa me topo un motociclista que venía empujando su moto. El hombre se había quedado varado. Me ve pasar y me grita:
— ¡Hey, ocupo una de esas!
Contento y orgulloso de mi Karla levanté el puño y le seguí dando a los pedales con más fuerza.
A las 9: 28 comencé a trepar unas cuestas del camino. Entonces veo a un niño de unos cinco o seis añitos, solito al frente de su casa.
Me dice:
—¿Por qué tiene esa bici así?
Paré y le expliqué que venía de lejos y por eso andaba alforjas.
El niño se acercó y con mirada curiosa se dedicó a explorar cada rincón de Karla. Tocó el timbre y las alforjas preguntando qué llevaba en cada una de ellas.
Terminada la entrevista del curioso reportero infantil nos despedimos como buenos colegas y seguí subiendo.
A las 9: 40 a. m. llegué al lugar donde casi me mato en un accidente de tránsito hace como 30 años. Ahí estuve viendo el guindo o barranco donde fui a parar y del que salí ileso y por mis propios medios. Le di gracias a Dios por la vida y por todo lo vivido desde esa segunda oportunidad.
Como media hora después volví a los pedales.
Más adelante, llegué a un punto desde el cual se miraba a lo lejos el gran lago de Nicaragua.
A las 11: 11 estaba en Birmania. Ahí empezó la grava, pero no tan maltratadora como el de Caño Negro.
Poco después, otro motociclista, de esos que andan motos enormes y pesadas, venía en sentido contrario. Se detiene y me saluda gozosamente. Sin yo pedirlo me da detalles importantes del resto del trayecto. De paso, me advirte de dos cuestas bravas que debía enfrentar. Luego, el amigo continuó su propia ruta.
Y efectivamente sucedió tal como dijo ese camarada de camino.
La segunda cuesta sobre todo fue complicada, pero al salir de ella -a pie empujando a mi bici Karla- me encontré al lado derecho una banca de madera debajo de un árbol que un alma de Dios tuvo la gentileza de colocar ahí. Obvio que aproveché ese regalo.
Por ahí de las 3: 00 p. m. entraba al pueblo Santa Cecilia. Entonces un tarambanas se me pone al corte en bici. Indaga de dónde vengo y demás. Y luego me pregunta si fumo marihuana. Le digo que no, y el narco-ciclista jala.
A la salida de Santa Cecilia decidí almorzar, pues ya eran pasadas las 3 y no lo había hecho.
En el restaurante me atendió una muchacha muy bien formada, muy linda ella. Al finalizar el almuerzo le pregunté si alguien le había dicho que se parecía a Selena. Y esa simple pregunta llenó de luz el rostro de la joven. Levantó los dos pulgares y me regaló una preciosa sonrisa. Me dijo que jamás se lo habían dicho y que se sentía feliz de mi comentario sobre parecerse a Selena.
Cumplido el piropo y mi buena acción del día salí rápido porque quería llegar a La Cruz.
Debido al excelente estado de la carretera avanzaba rápido de Santa Cecilia a La Cruz.
Entre los cerros buscaba el volcán Orosí, pero su cúspide la ocultaban las nubes.
Cerro el Hacha, abajo.
Luego empecé a sentir que la bici se zarandeaba peligrosamente. Pensé que eran irregularidades de la carretera, o que se había abierto la palanca que asegura la bisagra del plegado, pero no había tal. Era la llanta trasera desinflada que quizá por la velocidad y el peso de las alforjas desestabilizaban la marcha de Karla. Busqué un lugar seguro para orillarme y apuré el cambio de neumático porque ya casi se me venía la noche encima y los ciegos nocturnos como yo no damos pie en bola.
Finalmente, al filo de las 6 de la tarde con el sol recién escondido detrás del horizonte, llegué a La Cruz luego de cinco días de pedales y de 343 kilómetros de recorrido desde mi casa en Heredia. Culminaba así este viaje en honor a mi amigo Joe recién fallecido en los Estados Unidos y que sé me acompañó cada día.
¡Hasta siempre mi buen amigo!
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OTRAS FOTOS DEL CAMINO.
¡Mis respetos!
Fin de esta historia.
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