DE HEREDIA A BAJAMAR A DOS RUEDAS Y PEDALES (Día 3).

El 12 de abril del 2025 en Bajamar pudo haber sido un día común y tranquilo si no hubiera visitado el Peñón de Guacalillo donde estuve cerca de dos incidentes: Uno más o menos grave. El otro fatal.

La cosa estuvo así:

El simpático abogado con el que conversé el día anterior me contó que el alcalde de Garabito había llegado veinticuatro horas antes escoltado con policías y maquinaria a fin de recuperar para uso público el Peñón de Guacalillo que tiempo atrás un abusivo invasor había cerrado con postes y alambre.

Desde luego, el supuesto propietario cerró el peñón pero se cuidó muy bien de abrir la respectiva caseta para cobrar la entrada a todo aquel que quisiera disfrutar la vista y energía del lugar. 

Luego de años de litigio, fue rescatado.

Entonces me propuse que al día siguiente iría con Karla a celebrar ese logro contra la rapiña privatizadora tan en boga en estos tiempos neoliberales.

Karla en el peñón de Guacalillo.

Pero antes de viajar a Guacalillo quise explorar las cavernas de otro peñón cercano: el de Tivives.

El plan era, entonces, gastar el tercer día de mi viaje en cleta visitando ambos peñones.

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¿Qué pasó el día 1 de este viaje?


¿Qué pasó el día 2 de este viaje?

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Salí pedaleando hacia el Peñón de Tivives más o menos como a las nueve de la mañana.

Se trata de un camino corto totalmente plano, nada complicado con la excepción de algunos puntos donde hay arena suave que dificulta el control de la bici. Por lo demás, tranquilidad absoluta.

Lamentablemente, no pude ingresar a las cavernas porque la marea estaba alta, lo que me impidió el acceso.

Sin embargo, el lugar es bastante bonito con vistas agradables y una formación rocosa llamativa.









Estuve por ahí un buen rato simplemente escuchando el mar y considerando la fortuna de tener todavía en el país lugares no manoseados por el  turismo masivo comercial enfocado principalmente en extranjeros.

Luego, cuando regresaba a Bajamar, vi un trillo que llamó mi atención, por lo que me aventuré por ahí a ver qué encontraba.

¡Y la sorpresa fue mayúscula!



Sin esperarlo, había llegado a una parte del manglar de Tivives con su historia de fantasmas, tesoros y piratas.

Es un remanso con gran presencia de aves, chicharras y árboles. Ahí hay una vibra especial que cautiva, imposible de describir. 




Renovado, regresé a Bajamar para prepararme un almuerzo y descansar un rato.

Ya por la tarde salí a cubrir la distancia de 3 kilómetros y medio desde Bajamar a Guacalillo con el fin de cumplir con mi deber patriótico de dar honor al peñón recién rescatado.

Pero justo cuando voy entrando al pueblo me pasa al lado un cuadraciclo a toda velocidad, conducido por un loco que hacía maromas y derrapaba a un lado y otro. 

La polvareda que levantó me impidió ver el final de su carrera solitaria.

No le di más importancia al loco y me concentré en llegar al peñón.






Una vez que celebré la liberación del secuestrado peñón empecé el regreso a Bajamar.

Voy trepando una cuesta ligera y en eso veo en el caño a mi derecha al cuadraciclo de las maromas bien volcado y con las llantas para arriba. 

¡Sí, efectivamente, era el mismo que antes me rebasó muy cerca, que me dejó empolvado de pies a cabeza, el que hacía maromas y piruetas!

Entonces con la mirada trato de ubicar al loco debajo del chunche. Pensé que quizá yacía cadáver con la cervical quebrada.

En eso oigo un lamento: 

- ¡Ay, me lo tenía merecido... me lo tenía merecido, me lo tenía merecido... ay!

Ahí me percato que la voz del tarambanas venía del caño del frente a mi izquierda.

Entonces me bajo de la bici y voy a ver cómo estaba el hombre. Dichosamente nada que lamentar: solamente golpes y un par de raspones.

Ahí estuvimos hablando un rato de la vida y de las imprudencias de cuando uno es joven.

Luego le pregunté si quería que le ayudara a enderezar el cuadraciclo que seguía con las llantas viendo para el cielo. Me dijo que sí. 

Hicimos fuerza y no pudimos, pues el aparato era bastante pesado y el carambas estaba algo lastimado.

Un carro que pasaba paró y entre tres sí logramos darle vuelta. Al final, el cuadra tampoco resultó herido, pues arrancó al tercer intento y se fue esta vez despacito, despacito, sin amagos de maromas, ni piruetas.

Creo que el muchacho aprendió una lección.

Este fue el primer incidente que por dicha no fue más allá de un susto.

El segundo, sí fue fatal y mortal.

Horas después, ahí mismo muy cerca, el propio Peñón de Guacalillo sería testigo de cómo un vehículo 4x4, también en modo piruetas, se precipitaría por el acantilado cobrando las vidas de sus dos ocupantes que no tuvieron tanta suerte como el tarambanas del cuadraciclo.

Así es está vida: unos ganan, otros pierden. 



En mi camino de regreso paré
brevemente a ver unas garzas
y apreciar el mar desde un recodo del camino.



Cuando llegué a Bajamar encontré que mi refugio estaba casi en el suelo tumbado por el viento. 

Tuve que armarlo otra vez reforzándolo lo mejor que pude.

De hecho, el vendaval no cesó el resto de la tarde ni durante toda la noche.

A ratos me despertaba el rugido de las olas y del viento; y me inquietaban los siguientes pensamientos:

  1. Al día siguiente debía regresar a Orotina y solo me quedaba para desayunar un par de galletas de avena y un café instantáneo. En Bajamar no hay sodas.

    ¿Conseguiría pedalear casi en ayunas los 22 kilómetros hasta Orotina?

  2. Esta vez sí o sí debía hallar el camino correcto. No podía darme el lujo de perderme de nuevo y acabar en la 27, pues de seguro estaría llena de policías de tránsito ávidos de repartir multas por ser Domingo de Ramos, ahora convertido en domingo de turismo a las playas.

    ¿Me conduciría sin desorientarme la aplicación por el camino correcto desde Bajamar a La Ceiba y de ahí a Orotina?

  3. De Bajamar a Orotina hay 22 kilómetros con una trepada continua de 400 metros. Si el viento sigue como hasta ahora la cosa va a estar complicada.

    ¿Tendría viento en contra al día siguiente?

En fin, con estas dudas en la mente me dormía luego de cavilar un rato.

En la siguiente publicación y final le cuento cómo terminó el asunto.


















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